miércoles, 18 de diciembre de 2019

#Recordemos. #Opinión. La Prudencia de Raíz Teatro



La Prudencia

Día a día nos topamos con noticias cada vez más crudas, asesinatos, hurtos (en todas sus escalas), asaltos, discusiones irrelevantes por parte de algunos de los poderes político, en fin, día a día lo mismo… y somos pocas personas las que cuestionemos si estamos perdiendo la sensibilidad ante temas fundamentales, humanitarios, desde el acceso mínimo a los alimentos, el derecho a tener un hogar, una educación, salud, un trabajo, igualdad en el trato, o simplemente actuar con empatía ante cualquier persona que esté pasando un momento difícil.

En realidad el ritmo acelerado al que estamos sometidos -al que permitimos someternos- sea por el trabajo, los estudios, los roles en la casa, entre otros; hace que cada vez pensemos en ¿por qué la gente se siente insegura?, ¿será que realmente existe esa inseguridad? Eso lo podemos responder con estadísticas, reportes pero siguen siendo números. Al menos que haya afectado a un ser querido: ¿cambiamos algo con cuantificarlo?, ¿será que la mercadotecnia también nos quiere presentar una visión de inseguridad? y en muchos sentidos, inseguridad ciudadana, inseguridad en auto percepción estética, inseguridad en el trato con nuestros allegados. ¿Por qué esperamos lo peor de las personas que más nos aprecian?

Quizá parezca que no se llega a nada con plantearnos estas interrogantes, pero fueron precisamente las preguntas que me remitió el presenciar la excelente obra teatral“La Prudencia” de Raíz Teatro bajo la dirección de Cristina Barboza. De primera entrada nos invitan a reflexionar: si tenemos que vivir enjaulados para sentirnos seguros, ¿qué es lo que debemos cuidar?, será acaso las apariencias, ¿entre más “enjaulados” aparentamos tener más bienes?

Somos ciudadanos pasivos que nos atemorizamos ante estadísticas, ante las noticias, ante los eventos. Muchas veces no queremos hacer honor a los antecesores que nos legaron miles de años de evolución neuronal y no buscamos brindar soluciones a los problemas que enfrentamos, pero ¿por qué?

¿Falta de tiempo? ¿Pereza?, ¿Indiferencia?, ¿No sabemos a quién acudir? Bueno, todos podemos hacer algo, y con esto no digo caer en el clásico “Fuenteovejuna” de Lope de Vega, pero sí hacer todas esas pequeñas acciones que nos benefician a nosotros y a nuestros conciudadanos. Empezar por conocernos, saber quiénes son nuestros vecinos, qué podemos hacer por buscar una sociedad mejor, aspectos básicos… pero esto fue lo que me remitió solamente de primera entrada la puesta en escena.

Más adelante llamó mi atención la sátira (o al menos así la presencié yo) referente a la estética, ademanes, ¡cuántas personas actúan así en la vida real! ¡Increíble pero cierto! Enfatizar nuestras propias personalidades según cómo nos vemos, en cómo nos vestimos… de nuevo las apariencias: ”soy lo que puedo comprar, soy como me veo, soy lo que puedo aparentar, operar, en fin arreglar”… cada vez más estamos bombardeados por una sociedad que al mejor estilo capitalista de Smith trabaja en la venta de una imagen, de marcas y eso es lo que estamos heredando a los niños, a los jóvenes, pero esto va más allá, cuántos trabajos son concedidos dependiendo de cómo nos vemos!

¿Hacemos algo? No, porque “para qué buscan esos trabajos”, además eso es lo “normal”, “así ha sido, no es momento de cuestionarlo”, pero como consecuencia de estas construcciones artificiales es que surgen un montón de personas con problemas de desórdenes alimenticios, problemas psicológicos, etc.; aunque claro estos aspectos son multifactoriales.

Pero volvemos a lo mismo, todos estos son sólo pensamientos, ideas que nos remite el haber presenciado esas imágenes teatrales, esos diálogos, esos colores… pero es precisamente eso lo importante, el que una obra ponga a funcionar nuestro cerebro, que no nos den un todo dado al espectador, sino que evoque a múltiples sensaciones, en otras palabras que nos evoque a más y quizás ese “más” según las experiencias vividas por cada quién en el público, nos permita actuar y me refiero actuar socialmente, transgredir eso que simplemente “es así porque sí o porque no nos afecta”, el actuar en la vida real, el ser seres con pertinencia social, desde lo que nos es realmente posible y empezando por nosotros mismos.., si el teatro nos da ese pensamiento derivado – como nos lo da el equipo de Raíz Teatro-, estará brindando el mayor de los aportes, logrando el cometido por el cual considero que fue creado por las diversas culturas y sin lugar a dudas esta obra lo ha logrado.

Mónica Aguilar Bonilla
Docente. Antropóloga-Arqueóloga, UCR

miércoles, 11 de diciembre de 2019

“No es para tanto”




Mi Florecita de Alelí se sienta en el banco de la cocina mientras todo da vueltas, repasando en su mente los números nueve-uno-uno, por si algo llegara a salir mal, “pero, ¿qué va a salir mal, mi niña? ¡Todo está bajo control!” Se come hasta el último granito de arroz -no le gusta desperdiciar-, pero no tiene apetito. Nadie entiende por qué está tan triste, si no es para tanto. “En todas las familias hay problemas, gente enferma, los padres pelean, se van. A veces dicen cosas que… ¡no son para tanto!, hay que entenderles. Florecita, haga como si no pasara nada y listo. La vida sigue, no hay que echarse a morir. Verá que con el tiempo irá acumulando emociones, resentimientos, antojos… quizá llegue a ser violenta con su propia familia, quizá grite, pelee, lastime o se termine yendo; porque, claramente, todos tienen problemas, es normal, no es para tanto.”
Cuando abuela, mamá o tío quisieron hablar sobre la violencia que sufrieron en distintos momentos de sus vidas, fueron silenciados; ignorados por unos, juzgados y reprimidos por otros, porque “los problemas de la familia se resuelven en la familia, nadie tiene por qué andar aguantándose sus penas”. Entonces, sus palabras transparentes se fueron ensombreciendo y los ciclos de violencia se perpetuaron. Cuando era niña, Florecita de Alelí se dio cuenta de la dolorosa herencia que traía a cuestas, y en la que ya se estaba formando.
Florecita de Alelí es la niña calladita que vive en mí, la niña que observa, escucha y llora. Me dolía su tristeza y quería salvarla. Desde el frío del hogar, comencé a escribir con los trazos de sus manitas, a recitar versos con su voz, a contar sus más dulces sueños y sus pesadillas. Florecita y yo comenzamos a decir lo que sentíamos y lo que estábamos viviendo. Contamos lo que nos pasaba, hablamos sobre el dolor engendrado en el silencio partido de las generaciones y también de las cosas simples: el perro, el jardín, el amanecer. Tuve la dicha de que alguien leyera lo que escribí por primera vez, y me alentara a seguir haciéndolo, pues con ello, Florecita y yo fuimos viendo la vida brillar poco a poco.
En el colegio, apenas comenzando, mi querido profesor de música, Alfonso, se asustó cuando leyó el poema que escribí como tarea: “ay, mijita, esto parece una carta suicida”. No puedo negar que lo fuera. Si bien no pensaba en quitarme la vida, cada vez que escribía iba matando algo en mí. Iba matando el miedo a estar en mi propia casa, mirar a los ojos a la gente y levantar mi voz. Con forme crecí y conocí a más personas, me di cuenta de que compartíamos historias similares, y muchos se veían reflejados en mi niña. Tenían sus propios niños y niñas que observaban y escuchaban, mas nunca los habían dejado hablar. También encontré a quienes se mostraban a sí mismos y pude identificarme con ellos, aprender, sorprenderme con sus historias y expresiones, crear, crecer. Supe que, definitivamente, la expresión a través del teatro y todas sus artes, es la clave para entender las realidades de otros y entendernos a nosotros mismos. Si bien, no me he dedicado al teatro profesionalmente, he ido conociendo muchas de sus cualidades y dones, y me siento cada vez más cerca.
Pienso que es difícil comprender a los demás si no vemos reflejado en ellos algo nuestro. En el teatro se utiliza la voz, el cuerpo, las palabras y el silencio que, para muchos, es tan familiar. Se utiliza todos los recursos que se pueda, partiendo de lo más íntimo. Cada expresión, cada puesta en escena es una nueva creación tanto para quienes interpretan como para quienes reciben la interpretación.
Hace poco me preguntaron por qué escribo y narro historias tan tristes. “No es bueno revivir las heridas y vivir en el pasado.” No se trata de vivir en el pasado. Me resulta extasiante cuando la interpretación de alguien me toca tanto que me hace llorar. Esto no implica que me quede atrapada en la situación representada, sino que puedo verla de distintas formas, entenderla, compartirla con otros. Cuando narro historias tristes, lo que más deseo es que otros las conozcan, las comprendan y eviten que se repitan. Y si los tocan lo suficiente para hacerlos llorar, pues lloramos juntos, entonces.
Mi Florecita de Alelí aún se sienta algunas veces en el banco de la cocina a comerse su arroz con frijolitos mientras todo da vueltas. Cuando tiene ganas de llorar y le dicen “no es para tanto, no haga drama”, yo les digo que sí. Sí es para tanto y seguiremos haciendo drama hasta que dejen de silenciar con el desprecio o los prejuicios a quienes desean salvarse de tantas formas de violencia normalizada.


Adela

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Pensando desde Utopía. El teatro en el siglo XXI




El deseo de realidad no coarta la fuerza de la aspiración de novedad a las puertas de utopía. A la humanidad no le da igual la realidad que la ficción, y en el arte fluye un camino creativo que nos sumerge en la búsqueda de la verdad, una verdad que se conoce y se comunica en un pacto de doble interlocución.
Desde Utopía hablan los artistas, para que el espectador que se encuentra a las puertas de su ciudad, se integre en el acto. La primera gran verdad en ser revelada, es que las obras de teatro no suceden en una ciudad o país que ubicas en un mapa físico político, las obras teatrales que trascienden acontecen en el cerebro y el corazón del espectador. Lo descubrimos en personas que han creído que su sed de realidad sería saciada con fórmulas matemáticas, y hoy han dejado anidar en su cerebro una idea que ha llegado a través de las emociones y salas de un teatro. Lo descubrimos cunado por fin alguien se anima a construir algo.
En esa doble interlocución, los lugares físicos dejan de ser el centro de la cuestión, quedando como protagonista el cuerpo de alguien desde donde acontecen tantas experiencias, conectado con el cuerpo de alguien más con el que comparte tiempo, espacio y emociones (el espectador). Los físicos teóricos nos dirán que es una ilusión, pero los que lo hemos vivido sabremos que nada fue tan verdadero y tan profundo como aquellos momentos de trascendencia. Trascendió un espacio físico temporal que solo afectaba una vida y trasmigró hacia la vida de alguien más.
La segunda gran verdad que los habitantes de Utopía rezan sin cesar, es que a inventar se inicia pronto y que será el tiempo que arrebata tan buenos hábitos. Para ser honestos no es que el tiempo sea malo, son la fama y el dinero que se convierten en malas compañías, estos seductores natos, expertos en endulzar oídos arrebatan tu mayor tesoro “el hábito de inventar” y te presentan las “promesas de cristal” bailadas por el poder. Y es así como el teatro obnubilado por el poder puede dejar de lado la aspiración de un mundo nuevo posible, y correr por las mieles del poder económico, convirtiéndose en actor y espectador de su propia destrucción. Su destrucción que llega con la lentitud de la muerte de un condenado a cadena perpetua. No muere al instante, la fuga de su vida va avanzando a través de las rejas de la celda que contiene las cosas e ideas prefabricadas de lo políticamente correcto mediocremente cómodo. Pero la factura es cargada a tan grande don, que muere a carecer de su fuente vital “la libertad de crear” y solo quedará momificado en simple ensamblador de productos en serie.
Su opción fundamental del teatro en la comunicación, se orienta desde el horizonte del sembrador que coloca una simiente de realidades nuevas en otras personas. Lo que el artista construye tiene anhelos de trascendencia; o sea, pueden tener un lugar posterior la vida de otras personas. La sed de verdad genera una necesidad de ser comentado, compartido y reconstruido en otras personas. Es trascender su verdadero anhelo, es Utopía su ciudad natal.
Al escuchar de dónde viene y adónde va el Teatro, podrían algunos endurecer sus oídos antes de conocer su mensaje. ¿Para qué nos sirve la utopía? hacta ese lugar se camina, pero nunca se llega. Quizás la respuesta más cuerda la podríamos escuchar desde la puesta teatral de Hansel y Gretel. El laberinto de nuestra historia es marcado por unos muchachitos de dulce figura e ingenuidad rebosante, van lanzando migas en el pasado, nos lanzan a un futuro posible.
Los fríos caminos de la ya superada ciencia moderna nos pueden decir cuales cuerpos están vivos y cuales otras yacen inertes, pero nunca nos podrás decir de qué va la vida. La vida brota de las manos de un artista “Cuando veo el firmamento, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste” (Salmo 8,3), y que es entregado en custodia a otros artistas que a su imagen crean y recrean “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, ¿Y el hijo del hombre, para que lo visites?... lo coronaste de gloria” (Salmo 8, 4-5). Nuestra mayor gloria es crear, ese es tu tesoro, no el tesoro de otros, es algo que brota de ti y se hace más grande en la medida que es compartido.
Quien sabe lo que tiene y es consciente del valor trascendente de su tesoro, lo custodia con cuidado y lo comunica con diligencia.
Fray Jorge Barillas
Mientras tengamos tiempo hagamos el bien” S. Fco.


miércoles, 27 de noviembre de 2019

#Recordemos. #Opinión. La Prudencia de Raíz Teatro



La prudencia

Sentada en mi butaca minutos antes de la puesta en escena pensaba sobre las variables subjetivas que podía tener la palabra prudencia en nuestras vidas, podría ser el acto preventivo para no arriesgarnos o quizá podría ser la competencia adquirida después de un doloroso aprendizaje, en fin ante mis dudas existenciales coloque mi atención en el desarrollo de la obra.
Ante los primeros acontecimientos me quedé atrapaba en un paréntesis cotidiano, sin duda alguna la necesidad casi salvaje de competir por un estado único y sobresaliente nos puede llevar a las expresiones más grotescas e individuales, perdiendo completa conciencia de cualquier rasgo que nos acerque a la empatía y al desarrollo de la cooperación a partir de nuestras similitudes.
Los acontecimientos seguían trascurriendo y mi asombro cada vez más se agudizaba casi de la misma forma que las expresiones gestuales de cada una de las actrices, mi siguiente interrogante ¿somos tan vulnerables a la apreciación de los demás? Tenemos una gran necesidad de aceptación que podemos dejar de pensar por nosotros mismos y construir una realidad de espejismos donde se reflejen los miedos provocados por intenciones de “otros” que nos alertan de las terribles amenazas que nos circundan, validando su palabra cometemos atroces injusticias siendo verdugos de la diversidad y expresión de todo aquello que se califique como “diferente” o “inapropiado”.
Sin embargo el pensamiento que siguió haciéndome eco posterior a la puesta en escena ha sido la capacidad creativa y devoradora que podemos tener cuando deseamos legitimar nuestra visión del mundo como certeza, quizá en la obra nos pareció grotesco; sin embargo a diario defendemos casi como si estuviéramos en trincheras nuestra opinión sobre variedad de temáticas, sí nuestra opinión esa misma que ha variado según nuestros aciertos y desaciertos, pero que siempre en su estado presente defendemos aplaudida por nuestro ego a pesar de los costos emocionales que podemos provocar en tremenda deliberación.
Al escuchar los aplausos hacia tres impresionantes mujeres, concluí que nuestra mayor precaución debe dirigirse a nuestras propias intenciones, evaluando de donde surgen nuestros criterios, nutriendo nuestros argumentos desde una perspectivas más inclusiva y menos amenazante, identificando líderes en nuestra sociedad sin dejar de lado nuestra esencia, nuestro mayor objetivo debería ser dejar un aporte positivo para la sociedad a través de todas nuestras actividades, decisiones y relaciones resguardando entre candados sólo a los auténticos verdugos … nuestros estereotipos y perjuicios.

Montserrat Carbnonell
Docente
Domingo 19 abril 2015, 18 hrs


miércoles, 20 de noviembre de 2019

Teatro: polivalente, multimedial y polifacético. Una necesidad que va muchísimo más allá de un espacio de entretenimiento


Desde sus comienzos en la antigua Grecia, el teatro tuvo que ver con la vida, con lo que la gente hace, con lo que la gente ama y odia, con lo que la gente sueña y piensa; desde sus mismas raíces históricas, el teatro ha sido espacio de utopía y, a la vez, del realismo más crudo; espacio para deconstruir mundos dados-impuestos y construir mundo nuevos-soñados; espacio para dar rienda a lo transgresor, a lo irónico, a lo fino, a lo simplemente humano. En este sentido, por su intención comunicativa, crítica, educativa, investigativa, creativa y propositiva el teatro es un verdadero espejo del mundo: del que tenemos, del que tuvimos, del que proyectamos. La gestualidad, la voz, la luz, el maquillaje, la escenografía, el texto, la simbiosis que se entabla entre el actor y el espectador, entre la puesta en escena y la cotidianidad ordinaria, todo esto vuelve hoy –en medio de sociedades líquidas que se decantan casi exclusivamente por los contactos virtuales– urgente al teatro.

Yo crecí en una zona rural de Cartago, en donde ni siquiera el cine era accesible; del teatro conocíamos solo lo poco que en secundaria recibíamos, limitado al análisis literario de alguna obra dramatúrgica, no más; nunca se nos motivó a consumir teatro, a considerarlo importante, a entenderlo. Fue ya en la Orden Franciscana que me acerqué al mundo del teatro y empecé a conocerlo, a valorarlo y a aprovecharlo. Me fascinó. Lo descubrí muy humano, libre, espontáneo, sincero, comprometido, político y –cosa nueva para mí– profesional y educativo. Me impactó la seriedad, la disciplina, la cantidad de trabajo y los sacrificios varios que preceden una puesta en escena.

Desde entonces, la estética y ética teatral me tocan por dentro: la capacidad de los actores y actrices para transmitir un contenido cultural de manera tan creíble, tan limpia, tan a flor de piel. Me he convencido a mí mismo de que existe, sin duda, un nexo estrecho entre teatro y cambio social, teatro y pensamiento crítico; por lo mismo, resulta una gran pérdida que se continúe ignorando la riquísima herramienta que ese representa para una buena educación, para una educación integral, que represente una alternativa a la educación rígida, de masa y de adoctrinamiento. Debe impulsarse el teatro como herramienta de contacto con la cultura, con la propia corporalidad y con las ajenas, como vía canalizadora de la agresividad, de la timidez, de la cerrazón de alma y mente, de la autocensura. El teatro, con su tremenda fuerza pedagógica para los sentidos, para el espíritu, para el individuo y para los grupos sociales, constituye un medio comunicativo que es no solo eficaz, sino insustituible en su función de ensanchar horizontes mentales y desmitificar preconceptos fosilizados.

El teatro como ocasión privilegiada para entrar en contacto con un texto literario, con una propuesta dramatúrgica, con una interpretación nueva de una obra ya conocida; el teatro, en su dimensión polivalente, multimedial, polifacética… lo vuelven una necesidad que va muchísimo más allá de un espacio de entretenimiento: el trabajo teatral es arte fino que, por una parte, toca el espíritu humano y, por otra, se convierte en un reclamo a la conciencia: a la individual y a la colectiva.

Fray Marcos Quesada. OFMConventual




miércoles, 13 de noviembre de 2019

¿Por qué Criticando-Ando Teatro?




En Costa Rica es imperativo que existan más espacios para la crítica teatral (espacios que la promuevan y que la visibilicen). Como directora general y artística de Raíz Teatro, como profesional del teatro, como gestora cultural y como profesional de la información he asumido el reto de compartir un espacio de crítica, reseña y/o resumen sobre teatro.

Así que Raíz Teatro también, asume otra responsabilidad más desde la profesionalidad para compartir mis críticas, reseñas y/o resúmenes de algunas puestas en escena que se realicen en Costa Rica a través de sus plataformas digitales.

Es esencial también quitarse ese prejuicio de que la palabra crítica siempre conlleva algo malo. Se entenderá crítica como: el análisis, la opinión y valoración de una situación; lo que deseo con Criticando-Ando Teatro es compartir las acciones felices y los acciones no tan felices - que observé y viví - de las puestas en escena a las que asistí.

¿Para qué Criticando-Ando Teatro?

A través de las críticas, reseñas y/o comentarios se estará promoviendo la sistematización de algunos trabajos hechos por profesionales de teatro en Costa Rica y además, se estará creando memoria histórica cultural; tan necesaria e importante.

Deseo además, que a través de Criticando-Ando Teatro, se visibilice el trabajo profesional de las directoras y directores de teatro. Es decir, intentaré hacer énfasis en la dirección del montaje.

¿Cómo se desarrollará Criticando-Ando Teatro?

Escribiré pequeños textos dándole prioridad a las puestas en escena nacionales y de grupos profesionales (“independientes”) de teatro. Estos textos se publicarán de manera regular en las plataformas digitales de Raíz Teatro (blog, Facebook, página web).

Se solicitará información a la directora y director de la puesta en escena para la sección “La directora(or) nos quiso compartir”, si la persona encargada de la dirección tiene a bien compartir la información en el tiempo solicitado, se publicará con la crítica.

¿Querés ser parte de este espacio y crear memoria histórica cultural para Costa Rica? Escribinos: raizteatro@gmail.com

Criticando-Ando tiene todos los derechos reservados.

M. Ed. Katherine LaPey Peytrequín Gómez
www.raizteatro.com

miércoles, 6 de noviembre de 2019

#Recordemos. #Opinión. La Prudencia de Raíz Teatro




¡Dios mío! ¡Somos inocentes!*
María Laura Fernández Soto (Teóloga)

¡Qué maravilla que Dios nos haya creado con humor! ¡Y qué estupendo que, como afirma Umberto Eco, aunque el arte de la risa “nos muestre las cosas distintas de lo que son, como si mintiese, de hecho nos obliga a mirarlas mejor”! (Eco, 2005, p. 675). Eso es exactamente lo que de modo muy fino suscita Raíz Teatro con su obra “La Prudencia” (escrita por Claudio Gotbeter y dirigida por Cristina Barboza): desfigura la realidad para hacernos reír a más no poder pero, al mismo tiempo, nos deja pensando si lo que vimos en escena es efectivamente desfiguración o más bien un fiel reflejo de lo que vivimos en nuestro mundo actual. O quizá sea más acertado decir que realmente nos empuja a dudar si las reacciones de los personajes reflejan las actitudes que muchas veces nosotros mismos tomamos frente a los acontecimientos que presenciamos cada día en nuestra sociedad.
¿Será sólo que “el mundo está terrible” (Gotbeter, 2011, p. 23) y que “la gente está peligrosísima” (Gotbeter, 2011, p. 7) como asegura Margarita? ¿O será que además, aunque digamos cosas muy bonitas, nosotros mismos estamos perdiendo poco a poco la capacidad de indignarnos y reaccionar en contra de la injusticia? Tal vez por eso nos resulta tan llamativa la desconexión total entre el discurso de los personajes y sus acciones. La misma Margarita que critica a la gente que “roba y mata como si se tratase de comer galletitas” (Gotbeter, 2011, p. 7) es la que unos minutos después se lanza salvajemente a cometer un crimen atroz. La misma Trinidad que dice odiar la violencia es la que luego grita desesperada para que la dejen ser también partícipe en la brutalidad. Y, mientras tanto, el público no hace más que reír (de hecho, curiosamente, esa es una de las partes que más risa suelen provocar). ¿Será que en ese instante la sabiduría de la risa nos hace descubrir que también nosotros padecemos la gravísima enfermedad de disociación entre lo que decimos y lo que hacemos? Tal vez, al igual que las mujeres de la obra, nosotros a veces preferimos pasar la vida festejando en lugar de distraernos con “cualquier estupidez” (Gotbeter, 2011, p. 23); eso sí que es una tragedia, porque terminamos relativizando el sufrimiento de otros y nos hacemos ciegos frente a nuestras propias decisiones.
En ese sentido, esta producción teatral también suscita una profunda reflexión acerca de la forma en que entramos en relación con otros. Es lamentable que las palabras de Nina se hayan convertido ya en una especie de modus vivendi para nuestra sociedad: “si me siento amenazada por alguien, yo tampoco dudaría en defenderme” (Gotbeter, 2011, p. 11). Lo complicado es que todos nos sentimos amenazados de una u otra forma y, aun cuando esa amenaza ni siquiera exista, manipulamos lo que esté a nuestro alcance para inventar peligros con el fin de justificar (y si es por medios legales todavía mejor) nuestra violencia contra los que son diferentes de nosotros. Hace unos días, por ejemplo, me dolió mucho ver en las redes sociales un álbum de fotos con imágenes de las monstruosidades que está perpetrando el grupo ISIS; las imágenes eran terribles, claro, pero también me pareció terrible el desventurado título que llevaba el álbum: “Esto es lo que hace el Islam en el mundo”. Ese tipo de generalizaciones son precisamente las que rápidamente nos ciegan y nos convierten en enemigos unos de otros. Así como en ese caso se identifica automáticamente a un grupo radical específico con todos los practicantes de una religión tan sublime (que tanto valora el amor y la paz), así también terminamos tachando arbitrariamente a muchos otros sectores de nuestra sociedad. Poco importa para algunos cuán alejado está el grupo ISIS de los más altos principios del Islam; simplemente prefieren aprovechar cualquier oportunidad de crear consenso en contra de lo diferente para deslegitimarlo.
En nuestros países latinoamericanos la violencia también se ha convertido en pan de todos los días. A veces pareciera que, como Margarita, ya ni nos impacta escuchar noticias de asesinatos y descuartizamientos. Lastimosamente, eso también afecta la manera en que juzgamos a las otras personas y nos relacionamos con ellas. Estando así las cosas, ¿cómo sanar entonces esa sensación de amenaza perpetua que pareciera tener poder para dominar nuestras vidas? Siguiendo a Luigi Schiavo, yo diría que esa situación no cambiará hasta que nos atrevamos a entender que “no debemos sentir miedo del otro, ni amenaza, puesto que el otro representa nuestra posibilidad de transformación” (Schiavo, 2012, p. 264). Tal vez tenga razón Trinidad en advertir que “cualquiera que abre una puerta está arriesgando su vida” (Gotbeter, 2011, p. 9), pero precisamente por el hecho de que encontrarse con lo diferente inevitablemente nos hará cuestionar nuestros modos de ser, pensar y actuar. Lo que pasa es que a veces no estamos tan dispuestos a dejar que eso suceda.
Después de todo, tal vez no son tan ciertas las palabras de Margarita que hemos escogido como título (*Gotbeter, 2011, p. 21). Tal vez no somos tan inocentes. No somos inocentes cuando pretendemos que Dios o la ley están de nuestro lado con el único fin de entronizar nuestros puntos de vista, justificar nuestros atropellos a la dignidad de las personas y satisfacer nuestros intereses egoístas. No somos inocentes cuando caminamos indiferentes al lado de las víctimas de la violencia y actuamos como si nada estuviera pasando con tal de no incomodarnos o no empañar nuestra alegría. Quizás lo que nos falta es más bien un poco de inocencia, no para sentirnos libres de culpa sino para construir relaciones libres de prejuicios o pretensiones. Tampoco se trata de exaltar la ingenuidad y pretender que nuestras ciudades son tranquilos remansos de paz, pero tal vez más que prudencia lo que en realidad necesitamos es valentía. Necesitamos valentía para denunciar la injusticia cuando realmente existe y luchar contra ella en la medida de nuestras posibilidades. Pero también necesitamos valentía para aceptarnos con nuestras propias contradicciones y entrar en relación con otros teniendo la disposición de dejarnos sorprender por la bondad que de todas formas reside en el corazón humano.

Referencias Bibliográficas
Eco, U. (2005). El nombre de la rosa. (5ta ed.). Barcelona: Debolsillo.
Gotbeter, C. (2011). La prudencia. En Dramática Latinoamericana #366. (Versión tomada de http://www.celcit.org.ar )
Schiavo, L. (2012). La invención del diablo cuando el otro es problema. San José: Editorial Lara.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Tener fe en el teatro es tener fe en lo humano.




Es importante ahora hablar un poquito del teatro, aunque no soy ni he sido más que un espectador. Ese teatro que en mis años de infancia y juventud tanto disfrutaba cuando iba con algunos amigos del colegio, al principio casi por obligación, como por ejemplo cuando teníamos que leer “La Celestina”. Lo cierto es que iba con mi familia al teatro, y era un acontecimiento. Y no, no iba para ahorrarme la lectura del texto que pusieran en el colegio, sino que de verdad ver el montaje ayudaba muchísimo a la imaginación y al mayor disfrute de la obra de teatro en cuestión. Recuerdo que llegaron algunos magníficos grupos de teatro al colegio. En el gimnasio colegial pudimos apreciar “Bodas de Sangre”, con el elenco del Teatro del Ángel más original. Fue demasiado. Y luego nosotros, alumnos del grupo de Literatura, tuvimos que montar algo de Ibsen, de Aristófanes, y leímos íntegro a Shakespeare… en el inglés original. Era gozo puro, disfrute de la belleza, diversión total.
Y con la ayuda de nuestros profesores aprendimos a procesar ideas muy complejas sobre todo lo que en ese momento descubríamos como adolescentes: el mundo de los adultos con su complejo entramado de pasiones de todo tipo. A falta de videojuegos, que ya por entonces empezaban a idiotizar a las masas, hacíamos un esfuerzo por explorar la condición humana y a mí el teatro, en el colegio o fuera de él, me enseñó más lógica y más disfrute y más emoción que cualquier otra materia. Creo que sobre mí ejerció una fascinación muy sutil y muy fuerte y llegaba a conmoverme ese desfile de personajes tan extraños que emergían de las páginas de los clásicos. Porque no solo era teatro que se veía, sino que se leía y se leía. Recuerdo mi indignación y desconcierto por aquel opresivo ambiente de la casa de Bernarda Alba, donde las mujeres oprimían a otras mujeres. Me afligí sinceramente ante la suerte de las heroínas de Tennessee Williams, que también leímos en su lengua original. Todo servía y todo concurría a nuestra formación.
Frente a los escenarios reales o en la mente surgían preguntas sobre el poder, la sexualidad, la hipocresía… El teatro era la ventana abierta a mundos donde todo era relevante. Me cuesta creer que hoy un carajillo de quince años podría verse sacudido por la ingratitud de las hijas de Lear, pero toda esa amalgama de caracteres, unidos a los a veces amables y a veces detestables personajes de las novelas nacionales que con todo gusto leíamos, creo que todo eso nos hizo más conscientes de nuestro entorno, nuestros papeles sociales, nuestras catarsis, nuestras rebeldías. Experimentamos la vida de un modo poco convencional y lleno de una creatividad que ha brotado de los corazones humanos que hace siglos amaban y odiaban como los nuestros. Ignoro si las nuevas generaciones aún leen “Romeo y Julieta”, pero ¡qué forma de comprender la insensatez de los impulsos y la belleza de los sentimientos de los amantes! Don William hizo más por mí en esos años que Madonna con sus contoneos… cuando empezaba en sus escenarios.
Son textos que quisiera eternos por sus moralejas, sus asuntos atemporales, su eficaz forma de enseñarnos cómo es la condición humana y cómo se acerca uno a los problemas de la sociedad. El teatro nos causaba dolor por un rato, nos sacó muchas carcajadas, nos perturbó al meternos en su trama -o tramas,- al sentirnos tan cerca de los actores. Qué gloriosos eran esos aplausos para ellos después de una representación magistral: era como si todos nos dijéramos “caramba, qué bien lo hemos hecho todos! Qué fuerza, qué emoción, qué aguante el de ustedes, actores y actrices! Chorreaban sudor y agradecían la benevolencia de nuestra aprobación con las palmas… Nunca pude experimentar eso en el cine. Y eso que también me apasiona.
Gracias a todos los buenos actores y actrices de todos los tiempos por afectarnos tan hondamente. Su talento es poderosa herramienta de cambio, de reflexión y de análisis de nosotros mismos. El teatro sobrevivirá por su capacidad de hacer conexiones con lo humano; no la tiene fácil en estos tiempos inhumanos, pero tengo fe también en esa gente extraordinaria, los dramaturgos, los trabajadores de teatro y los espectadores no afectados por sensiblerías o complejos de elitismo: tener fe en el teatro es tener fe en lo humano, y viceversa.
Fray Jorge Dobles Ulloca, OFM Conventual

miércoles, 23 de octubre de 2019

¿Qué se enseña cuando se enseña teatro?


Confianza en uno mismo
Trabajo en equipo
Cultura
Historia
Memoria
Seguridad en uno mismo y en el otro
Dejar fluir
Escuchar
Perder el miedo a equivocarse
Atreverse al riesgo
Dejar la vergüenza
Uso y Manejo de la voz
Expresión Corporal, habilidades psicomotrices
Leer
Analizar
Agilidad mental
Preguntar
Investigar
Teoría y Práctica
Negociación
Expresión y control de emociones
Respiración
Creatividad
Empatía
Respeto
Orden
Compromiso
Responsabilidad
Ritmo
Silencio
Autoconocimiento
Contar historias
Crear historias
Compromiso

Y podría seguir hilando más profundo en todo lo que se enseña cuando se enseña teatro, pero lo dejo aquí para compartirles:

Si usted le pregunta a cualquier actriz o actor, (estoy casi segura que la gran mayoría) le va a decir que sí; sí le ha pasado el episodio que cuando conocés a alguien y decís a qué te dedicás, te dicen: “Ay, yo siempre quise ser actriz/actor/estudiar teatro”. Es mucha, mucha, mucha gente que tiene como sueño frustrado darse la oportunidad de conectarSe/conocerSe/vivirSe a través del teatro.

¿Miedo al qué dirán?
¿Miedo a hacer el ridículo?
¿Miedo a morir de hambre?
¿Miedo a exponerse?
¿Miedo a conocerSE, a enfrentarSE?

A mi particularmente no me queda claro por qué la mitad de la humanidad quiere ser actriz/actor y no lo hace. Lo que sí tengo claro es que cuando pasé por la Escuela de Artes Dramáticas de la Universidad de Costa Rica aprendí todo lo de la lista y mucho más. Y ahora, que soy docente en temas relacionados con el teatro veo la satisfacción y el orgullo de mis estudiantes cuando terminan un curso. Porque al final del curso son unas personas nuevas; nuevas y felices, nuevas, felices y orgullosas de sus logros.

La Educación y la Cultura van de la mano, es más son una misma cosa. Sin cultura no puede haber educación y sin educación no puede haber cultura. No tema en inscribir a sus pequeños y pequeña en grupos/talleres/clubs de teatro, danza, música; y también deje de decir “yo siempre quise...(ser actor, cantar, tocar instrumento, bailar, y así mucha otras disciplinas)” y quítese el miedo, hágalo, dese la oportunidad de amarSe haciendo algo que le va a alimentar el alma y el conocimiento.

M. Ed. Katherine LaPey Peytrequín Gómez




miércoles, 16 de octubre de 2019

#Recordemos. #Opinión. Triunfo de Raíz Teatro


De miradas, complejos y sueños: Un paseo por Paralelo 60

En la actualidad los diversos medios de comunicación nos abordan con constantes imágenes del “deber ser” para ejemplificar lo que se “vende” como una persona ideal. Casualmente lo que proponen no coincide con la mayoría de la población: éxito económico, belleza - o en su defecto: poder adquisitivo para lograrla-, modificación corporal estética, moda, estilo y claro: bienes de lujo, lo cual como acto de magia, supone que trae seguridad, un autoestima elevado, aceptación y reconocimiento social, además de mucha diversión y poco trabajo.
La obra “Triunfo” de Raíz Teatro y dirigida por Katherine “La Pey” Peytrequín; presenta un tema contemporáneo, en el cual de manera muy fresca y casi cotidiana, las actrices captan un guion reflejo de la realidad de muchas personas alrededor del mundo, el cual incluye sueños, frustraciones e injusticias sociales. Llama la atención en que no se requiere tener un bajo status socioeconómico para padecer de dichas injusticias, todo lo contrario, se viven en todas las clases sociales, niveles educativos y edades.
Para comprender lo anterior, hay que recordar que en toda América Latina se vive aún las secuelas de los problemas de desigualdad heredadas desde la época colonial y etnocidio indígena, así como las guerras del siglo XIX y XX, en la cual esta población así como mestizos empobrecidos deben servir –en muchísimas ocasiones sin mayor beneficio o garantías sociales- a las poblaciones reducidas que ostentan el poder. Tras los procesos de independencia se da “cierta” redistribución de las riquezas, pero aunque es así no todas las personas logran prosperar y en algunos casos son despojados de sus bienes, por lo que muchos se convierten en campesinos y pequeños propietarios que sobreviven modestamente.
Cuando se desencadenan los problemas bélicos (por diversas razones, según cada país que lo sufrió), la dinámica cambia en muchos aspectos y así es como algunos se convierten en lugares de emigración o expulsión de personas, mientras otros en lugares receptivos, en el nuevo lugar de vivienda de personas de diversas condiciones sociales, económicas y culturales…
En Costa Rica durante las últimas décadas se contó con la presencia de guatemaltecos, salvadoreños y más recientemente nicaragüenses y colombianos, entre otros. La mayoría de ellos han aportado muchísimo al país y se han convertido en parte de “nuestra familia”, aunque cada vez se refleja más un tipo de familia casi desestructurada, donde hay poca comunicación, exceso de trabajo-en algunos casos- para poder cumplir con los cánones económicos del momento, y claro, en otros apenas para poder sobrevivir.
Es precisamente en el servicio doméstico, en estas “nuevas familias” - que debido en muchas ocasiones a una posición de poder por parte del empleador- se obliga al servilismo en muchas características, donde inclusive se pasa por alto las garantías sociales y hasta la ley (tales como horarios de trabajo, tipo de actividades a realizar, poca posibilidad de socialización- salir sólo un día a la semana de la casa, etc.). Así, Triunfo, de una manera cómica, fresca, pero a la vez crítica, presenta estas realidades de una manera nada chocante para el público, pero que sí llama la atención ya que situaciones muy cotidianas - claro en familias de diversas clases sociales- nos enfrentan a: tanto trabajo, tanta soledad, tanto tiempo lejos de sus familias, tanto tanto…
¿Es sólo el sufrimiento de quienes deben aceptar trabajos pesados e injusticias sociales y familiares?, ¿Para quién o qué se trabaja?, ¿Todas las personas de escasos recursos son trabajadoras y honradas? ¿Estas situaciones varían con las nuevas generaciones? Estas son interrogantes que buscan poner al público a reflexionar. Reflexionar sobre ¿Este tipo de vida es sinónimo de tristeza?, ¿falta de ambiciones?, ¿derrota?, ¿imposibilidad de soñar?... veremos…
Por su parte las personas “exitosas” de “familias acomodadas” ¿Son felices?, ¿Triunfan?, ¿Se conforman?, ¿Tienen tiempo para su familia? Estas son las interrogantes que la obra teatral propone también al desenmascarar ese modelo de persona ideal, modelo, exitosa. ¿Acaso no sufren de soledad?, - claro- la diferencia es cómo logran desviar su atención ante sus carencias emocionales: con viajes, bienes materiales… pero a la vez viven más esclavizados de sus apariencias, de su dinero y ¿Acaso esto podría ser un reflejo de la sociedad costarricense? El “país más feliz del mundo”, el país más feliz del mundo que presenta las enfermedades características del primer mundo: hipertensión, obesidad, problemas con desórdenes alimenticios, entre muchas muchas otras.
¿El viajar trae compañía de su pareja? ¿De sus hijos?; ¿El ser “delgada y bella” hace que te quieran más? Y con todo esto surge en la conciencia del espectador (a) una pregunta aun más importante: ¿Esto es lo que quiero de mi vida?, ¿Es lo que quiero para mis hijos?... a cuántas personas que conozco le “caen” estos personajes?!!!!
Pero, ¿acaso hay que tener dinero para poder soñar, para poder acceder a una realidad diferente? NO! Esta es otra realidad que se expone en Triunfo: el mercado del consumismo que exhibe con bombos y platillos la posibilidad de escapar a esas realidades que no nos gustan (como si no hubiese que volver a ellas en algún momento). Un concurso puede cambiar su vida - claro un concurso!- porque entre más se compre, más oportunidades se tiene de ganar! Esta es una realidad cotidiana, los medios de comunicación televisivos, radiales, en internet, banners, entre muchos otros; hacen que las personas cada vez vivan más pendientes del aparentar ser y claro –verse, ser reconocidas- en lugar de cultivar el ser verdadero, el emocional, el racional, la sabiduría en sus diversas manifestaciones.
Esta obra dirigida por Katherine “La Pey” Peytrequín, se presta para muchas discusiones sobre el comportamiento social en nuestro país, a nivel regional e inclusivo mundial en temas de felicidad, realización personal, derechos humanos fundamentales, laborales, accesibilidad a los recursos, entre muchos otros. Pero a la vez, visualiza una condición humana que nos caracteriza a todos independientemente de su realidad social, cultural, económica: el querer cambiar, el deseo de soñar con algo muy diferente a quien somos, pero a la vez el que esos cambios inician por nosotros mismos y a partir de ahí hay que educar a las nuevas generaciones.
Espero que este texto que les comparto sea sólo “una pincelada” y así, cada espectador (a) pueda ver en Triunfo una manera de divertirse y reflexionar sobre más temas que sean pertinentes para cada quien. Espero que además de entretenimiento logre –cada espectador- asociarlo con algo que quiera realizar, cambiar, vivir…

Mónica Aguilar
Antropóloga-Arqueóloga
Universidad de Costa Rica



miércoles, 9 de octubre de 2019

¿Por qué me apunté a trabajar en teatro?




¿Conoce usted qué son las endorfinas? Pues bien, coloquialmente se le conocen como las hormonas de la felicidad. La glándula hipófisis es la encargada de producir las endorfinas, y estas hormonas ayudan a que ciertas zonas de nuestro cerebro se estimulen para generar las emociones que causan placer en el ser humano. Las endorfinas las genera nuestro cuerpo naturalmente, y la práctica de algunas actividades contribuyen a la producción de las mismas; por ejemplo, la risa permite la liberación de endorfinas. Asimismo, la práctica de pasatiempos nos ayuda a la generación de esta hormona.

En mi caso, conforme pasan los años, he tenido la oportunidad de buscar y encontrar actividades que me apasionen, más allá de la rutina cotidiana. Estas actividades o pasatiempos me hacen feliz, me permiten disfrutar de la vida, y adicionalmente; me ayudan a mantener un buen estado de ánimo y bajar los niveles de ansiedad y estrés propios del día a día.

Deseo compartir con ustedes algunas de estas actividades. Lo invito a que reflexione cuáles son esos pasatiempos que lo hacen feliz y que en definitiva, lo van a ayudar en la producción de las hormonas de la felicidad: las endorfinas.

El teatro y la risa. Para mí, el teatro se ha convertido en un espacio que me permite disfrutar con familia y amigos. Un espacio para momentos de mucha risa. Cuando asisto a ver obras de teatro, como por ejemplo las de Raíz Teatro, me la paso muy bien. Las actuaciones maravillosas me hacen conectar desde un inicio con la historia que se desea contar. Adicionalmente, los textos contienen ese humor ácido que me hace reír pero que al mismo tiempo me hacen reflexionar sobre problemáticas que están afectando a nuestra sociedad actual.

La fotografía y el teatro. A través de la fotografía puedo crear imágenes que comunican sensaciones e historias diversas. La fotografía es creatividad y esto me encanta porque me reta a pensar diferente. En la fotografía he encontrado una nueva pasión y disfruto mucho el tiempo que invierto cuando estoy tomando fotos. La fotografía me ha permitido conectar y aprender de otras áreas, como por ejemplo del teatro.

Recientemente tuve la oportunidad de desarrollar mi proyecto final del curso de composición fotográfica junto con Raíz Teatro, donde mediante una serie fotográfica compartí la historia en imágenes de la puesta en escena: Bony y Kin. Durante la experiencia pude capturar las emociones de los personajes y los momentos claves de la historia para así, poner en práctica lo aprendido en fotografía y ser capaz de contar la historia con imágenes. Sin embargo, al mismo tiempo pude conectar aún más con el arte teatral, reconocer el gran trabajo y esfuerzo que hay detrás del producto final que disfrutamos en las salas de teatro (que en muchos casos no es correctamente valorado).

Puedo decir que el teatro es un generador de endorfinas. Me hace feliz, me permite conectar con mis pasiones y es por eso que me apunté a trabajar en teatro… ¿Y a usted qué le hace feliz?

Silvia Leal, espectadora y fotógrafa.

La pandemia del sector cultura

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