miércoles, 30 de septiembre de 2020

No, no es lo mismo.

 



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Antes de que empezara la cuarentena como resultado de la pandemia, solía ir al teatro los fines de semana. Para mí era esa oportunidad para disfrutar de una buena obra, aprender de diversos temas, despejar mi mente de la cotidianidad propia de la semana, compartir con amigos y amigas, y relajarme.



Esa realidad cambió. Durante los primeros meses del proceso de cuarentena, la actividad teatral de mi país – Costa Rica - se detuvo totalmente. Y si bien posteriormente se flexibilizaron algunas medidas, seguía siendo complicado que las compañías de teatro pudiesen dar sus espectáculos al público desde las salas de teatro o espacios físicos.



Los horarios permitidos no eran convenientes, los costos de realizar la obra podían ser mayores a los ganancias (dadas las nuevas reglas de juego), la restricción vehicular complicaba la circulación de las personas, y pues no se puede negar que muchas personas preferían no salir de casa para cuidar su salud y la de sus seres queridos (me incluyo).



Ante la situación anterior, ¿qué podían hacer nuestros artistas de teatro? Pues bien las opciones no eran muchas. Sin embargo, de forma maravillosa muchas compañías y grupos de teatro empezaron a reinventarse. Fue así como empezaron a utilizar medios virtuales para la transmisión de sus obras de teatro, como por ejemplo, transmisiones en vivo mediante Facebook Live.



Suena extraño: transmisión de obras de teatro. O al menos es extraño para mí que las disfrutaba de forma presencial en las salas de teatro. Y es que para mí, si bien ha sido increíble ver los resultados de las transmisiones en vivo y ser testigo del gran esfuerzo que están haciendo los artistas, no es lo mismo el teatro por redes sociales al teatro presencial en un espacio físico.



En lo personal, extraño el contacto con los artistas, verles en vivo a unos cuantos metros de mi silla, la conexión que se da entre los artistas y asistentes. Extraño también las escenografías que recrean los espacios donde ocurren los actos, la iluminación, la musicalización, en fin toda la ambientación. Y también extraño ese espacio de mi semana donde el teatro era esa oportunidad para compartir con otras personas, aprender de temas diversos, reflexionar, reírme y cambiar la rutina.


No, no es lo mismo. El teatro virtual y el teatro en espacios físicos son diferentes, y espero que en un día no muy lejano podamos regresar a las salas de teatro, apoyar a nuestros artistas y continuar aplaudiéndoles desde nuestras butacas.



Silvia Leal Acuña

Adm. de Empresas

Estudiante de Fotografía


miércoles, 23 de septiembre de 2020

La educación a través de la pantalla






 

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11:00 p.m y aquí estoy, frente a la compu. No, no estoy viendo una serie, jugando o vagueando. Estoy trabajando.

Sí, siempre me ha costado concentrarme durante el día y ahora en modo pandemia mucho más… Y sí, es que nadie lo esperaba, nadie.

Soy una enamorada/obsesionada de mi trabajo, casi que no estoy muy segura de como pasé de ser una joven deseosa de pisar todos los escenarios de este país a ser docente. Educadora especial, menos. Siempre he pensado que yo escogí al teatro, desde pequeña lo decidí y lo inyecté en mis venas con pasión y empeño, pero en definitiva la educación especial me escogió a mí.

Desde el primer día que tuve contacto con la posibilidad de enseñar a una persona a movilizarse mejor, a leer, a comunicarse, a creer en sus habilidades y a derrotar barreras… Desde ese momento supe que mis días debían estar llenos de recreos escandalosos, del olor al marcador de pizarra, de adolescentes incomprendidos, de colegas grandiosos. Estoy apenas iniciando, pero ha sido un camino maravilloso.

Iniciando mi cuarto año como docente del Ministerio de Educación Pública (MEP) apareció la COVID-19 y cambió todos nuestros planes, desde ese día, nadie iba a poder hacer lo que planeaba, al menos no aún… Creo que la mayoría esperaba que esto se acabara pronto, que en 15 días estaríamos en las aulas lidiando con la normalidad del cansancio docente. No pasó.

Muchos han dicho que los docentes somos unos vagos, que estamos de vacaciones y claro que hay docentes que se han ganado esa etiqueta. Pero me consta que muchos, muchas, pasamos horas dándole cabeza a cómo explicar un contenido por cámara o videos, cómo hacerle llegar alimentos extras a nuestros estudiantes, cómo conseguirles materiales o ayudarles con internet. Es cansado y frustrante, es peor que el cansancio que manejábamos antes, es el doble del cansancio, pero sin la recompensa.

Sí, dedicarse a la educación tiene una cuota de egocentrismo, uno como profe quiere estar seguro de que su estudiante aprende, de ver esa manita sosteniendo mejor el lápiz, de ver esas caritas leyendo o pronunciando mejor una palabra… Sin presencialidad, esa recompensa es mínima, es dolorosa y lejana.

No todo ha sido malo, esta situación nos obligó a actualizarnos en cosas que no sabíamos que necesitábamos, ahora puedo editar videos y generar imágenes interactivas. He aplicado una metodología que les permite a mis estudiantes dirigir su propio aprendizaje y me he sorprendido de lo mucho que se puede hacer con tecnología. Y quienes no tienen internet a mano… ahí vuelve la frustración.

Nunca pensamos que nos iba a tocar estar en estas… al menos yo no, por algo escogí dedicarme a cosas que no implicaran estar todo el día en una computadora. Por algo amo mi trabajo como docente itinerante y viajar por todo Cartago apoyando a estudiantes sordos de diferentes edades, teniendo días muy cambiantes siempre. Por eso también amo hacer teatro y sorprenderme siempre de mis ideas y de las de mis colegas artistas, crear y cambiar siempre, cambiarme.

Ahora nuestra realidad docente y teatral se reduce a una pantalla que nos permite estar conectados y presentes de alguna forma, aunque sea y ¡Por dicha!, peor sería la completa ausencia de conexión.

Al menos recibo mensajes de agradecimiento por explicarles algo que no comprendían, recibo videos llenos de felicidad de mis niños disfrutando las ideas de la “divertida” profe Cristina. Por lo menos puedo hablar con mis estudiantes y escuchar su frustración por el exceso de trabajo o su falta de organización. Al menos estoy ahí, de lejitos, pero me sienten y yo a ellos. No podría sobrevivir esta pandemia si no tuviera un propósito para mantenerme activa y creativa.

A mis colegas docentes de diferentes áreas, los entiendo, los admiro y los abrazo a la distancia. No es fácil. A quienes hacen milagros por mantener sus familias unidas mientras su casa es su trabajo, gracias por todo lo que hacen. A todos los docentes que han llorado de impotencia, de cansancio por no saber como manejar la ansiedad y el estrés, los que deben ser profesores de sus estudiantes y de sus hijos ¡Gracias!, ¡Gracias!

Sigan creyendo que esto va a mejorar, sigan creyendo que sus esfuerzos valen la pena, volveremos con más fuerza, con más habilidades y con más ganas.



La educación es un acto de amor.

Paulo Freire



Licda. Cristina Barboza Jiménez

Educadora especial, teatrera

miércoles, 16 de septiembre de 2020

No me gusta el teatro virtual

 




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A mí el teatro me gusta porque me impacta, y me impacta precisamente por su calidad de inmediatez, de contacto, de cercanía física, mental, espiritual. Teatro, en mi caso, no son solo los actores y quien los dirige; teatro es también el lugar, el momento, el clima: dónde te sientas, cómo está el ambiente, qué reacciones produce la escena en el auditorio, qué olores hay (sí, he visto escenas en donde se cocina de verdad, ¡y huele a comida que se está cocinando!, o el actor/actriz que pasa cerca tuyo y sentís su respiración agitada, su calor corporal, el timbre de su voz); es decir, teatro es todo ese conjunto de cosas que rodean la escena que estás viendo, y que ayudan a que entrés en ella, que te metás vos también en la piel del intérprete; que te creas parte viva de lo que estás viendo, oyendo, oliendo, sintiendo. Por eso, me gusta-alimenta-educa mucho el teatro y, en cambio, me duermo en el cine.

En este sentido, la virtualidad, aunque se ha revelado como un espacio (el único, a decir verdad) generoso y oportuno, para mantener vivo el teatro en medio de esta situación sanitaria global, le roba mucho de su riqueza a la experiencia teatral. Algunos dirán que el streaming representa, también, un campo rico en el que el teatro puede explorar y explotar otras facetas interesantes, otro tipo de auditorios, otros formatos…; completamente de acuerdo, pero a mí no me gusta. No me gusta el teatro virtual, me queda debiendo, no puedo dejar de sentir que lo rebaja, que le amputa algo de su esencia, que lo convierte simplemente en una opción entre tantas dentro del mundo del espectáculo.

Sé que en la antigüedad clásica el teatro era la única “experiencia virtual”, en cuanto lugar de representación que conjuga lo real con lo soñado, lo humano con lo divino o demoníaco, es decir, como representación fundamentada sobre la narrativa, lo visual, lo actuado, y todas las piezas que constituyen el juego teatral en vivo entre el actor y su espectador, en una suerte de intercambio cruzado entre lo real y lo representado. Esa virtualidad milenaria en donde los únicos apoyos del actor eran su cuerpo, su voz, su alma, su creatividad: esa “virtualidad originaria”, propia del teatro, me fascina. Pero esta otra, que se convierte en vicio, mediada por los sistemas informáticos, en donde pareciera que los dispositivos tecnológicos se convierten en una extensión del actor mismo, me cansa, me hace sentir solo, me defrauda un poco (cosa distinta es cuando el director introduce en la escena medios audiovisuales: un video, una escenografía en 3d…).

Con todo, celebro con alegría que los colectivos como Raíz Teatro, a partir de su feliz irrupción en las fronteras digitales, estén aprovechando estos tiempos de pandemia y confusión para reinventarse, para adaptar la fuerza de la representación teatral a las nuevas exigencias del mundo actual, para hacer que sus propuestas tengan un mayor alcance, para pensar y ofrecer un teatro tecno-creativo, etc. No dudo que la combinación entre ciberespacio y cultura artística pueda resultar –de hecho, está resultando– fecunda y fructífera. Pero repito, a mí no me satisface tanto.

De una manera o de otra, no dudo, el teatro no dejará nunca de ser un vehículo para la interpretación del mundo. Eso es lo que al final importa.


Marcos Quesada.

Fraile Menor Conventual

miércoles, 9 de septiembre de 2020

No es lo mismo…

 



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Estamos en época de pandemia y volver a las tablas cada vez parece más lejano, las restricciones y el poco apoyo del gobierno al sector de la cultura vienen a debilitar aún más el desarrollo del arte, el cual tiene una gran importancia en la sociedad. El arte y en este caso el teatro como manifestación de ella, permite comunicar, llevar al individuo que lo observa a la reflexión, a sentir emociones, observar la vida en general, ser más crítico, observar una cultura, apreciar la estética de un montaje, e incluso como herramienta terapéutica para quien lo hace como para quien lo observa.

Desde el punto del artista, no poder dar funciones de teatro implica quedarse sin trabajo y no tener ingresos económicos, pero además es la muerte lenta de muchos proyectos, así como de agrupaciones que llevan años trabajando duro, consolidándose y dándose a conocer. Una de las formas para que un grupo de teatro sobreviva es desde luego estando activo, innovando, actualizándose, reuniéndose, reinventándose y manteniendo la fraternidad como grupo y equipo. En el caso de Raíz Teatro, esto es lo que se ha procurado, seguir activos de alguna manera, así que nos lanzamos a realizar lecturas de obras de teatro en vivo por Facebook.

Como siempre nuestra directora general nos informó de la oportunidad de participar y de la agenda para ensayos. Sentí mucha emoción porque de alguna manera iba a estar cercana al teatro, esto me sucedió en las dos oportunidades en que he participado de lecturas. Como toda actividad teatral hay que ensayar, en lo personal yo ensayo con el mismo entusiasmo que cuando nos vemos, pero no es lo mismo…

Nos conectamos previo a dar función un ratito antes y decimos nuestra frase de la suerte: ¡mierda! ¡mierda!, comenzamos la presentación con nervios y alegría. Al final de la lectura, sentí emoción y algo de adrenalina, porque todo esto es arte y creatividad, por el trabajo en grupo con las compañeras que siempre disfruto, porque es en vivo y una desde luego no quiere equivocarse, y porque paso cruzando los dedos para que no se vaya el internet o la electricidad, pero al final en las dos ocasiones todo salió bien. A pesar de que lo disfruto, no es lo mismo… no es lo mismo estar con un público en vivo, un público que reacciona, un público que aplaude al final, un público que envía energía y al que le transmitimos energía también. Como una forma de mantenernos activos como grupo y artistas es un paliativo, una cercana oportunidad, pero no es lo mismo, nunca el teatro podrá ser virtual y ser teatro.


Máster Perssis Sheik

Docente, Actriz y Gestora Cultural


miércoles, 2 de septiembre de 2020

¿Qué se enseña/aprende cuando se enseña/recibe teatro?

 



¿Qué se enseña/aprende cuando

se enseña/recibe teatro?

Noelia Cruz*




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*Licenciada Suma Cum Laude y Bachiller en Arte y Comunicación Visual por la Universidad Nacional, Bachiller en Artes Dramáticas por la Universidad de Costa Rica. Fundadora y Directora de la agrupación La Cuadrilla Escénica.


Quiero empezar reflexionando sobre qué se aprende cuando se recibe teatro. Si bien es una pregunta que nos lanza al contexto educativo y escolar, es importante rescatar que el hecho escénico como tal es un proceso comunicativo que puede tener funciones pedagógicas. Es decir, quiero hablar de los efectos del teatro en cuanto a procesos de aprendizaje cuando se vive la experiencia como público, no de las clases de teatro en el aula.

Voy a enmarcar mis comentarios en la población conformada por niñas y niños, que es un segmento en el que los procesos pedagógicos son fundamentales para criar/crear sociedades.

Además voy a compartirles una perspectiva de un taller que recibí hace poco, sobre teatro e infancias, no solo para exponerles algunos de los planteamientos que este sugiere, sino también para apropiármelos y generar intercambio.

En primer lugar voy a contarles del taller que les menciono, del cual tuve conocimiento por medio del grupo de Facebook Pedagogía Teatral Costa Rica, y aprovecho la mención para invitar a las y los colegas a ser parte de él; las informaciones compartidas en ese espacio son muy valiosas, es una iniciativa de la doctora Érika Rojas, especialista en Pedagogía Teatral, artista escénica y profesora de la Escuela de Artes Dramáticas de la Universidad de Costa Rica.

Teoría del teatro para las infancias: pensar el género en el teatro para niños” es el nombre del taller impartido por el académico argentino Germán Casella, quien nos propone un conversatorio en el que expone algunos puntos fundamentales de su tesis de maestría en Estética y Teoría de las Artes, de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de La Plata.

Volvamos a la pregunta. ¿Qué se aprende cuándo se recibe teatro? El teatro para las infancias es una práctica pedagógica. Todos los materiales culturales y las producciones simbólicas a las que se exponen las niñas y los niños son fuentes de aprendizaje, es por eso que Casella define al teatro para niños como una estrategia de crianza.

Es decir, parafraseando a Casella, el teatro es una institución más de las que componen las infancias. Y por eso se vuelve fundamental el tomar la responsabilidad en nuestras manos de preguntarnos de qué manera se involucra el teatro en la cultura infantil y qué aporta a esta.

A través de las instituciones que componen la categoría sociológica de infancia, aprendemos cuál es el ideal de sociedad futura, y aprendemos sobre la construcción de identidades sociales, aprendemos sobre horizontes culturales. Eso es lo que nos han depositado las personas adultas y hoy tenemos que replantearnos si queremos continuar con esos aprendizajes o si es necesario intentar hacer cambios estructurales en nuestras sociedades que por cierto son imposibles de generar desde nuestra adultez ya formada.

También aprendemos sobre qué es el ser individual y qué es el ser social. Sobre lo bueno y lo malo, y sobre lo aprobado y lo desaprobado. Es por eso que es de radical importancia pensar cuáles discursos estamos poniendo en escena, ya que todo acercamiento a la infancia siempre es discursivo y no hay signos políticamente insignificantes. Es decir, aquí radica la estrategia de crianza: en todos los signos que se crean con un discurso que se repite/reproduce (o no, si nuestros cuestionamientos rompen con la reproducción los patrones socialmente hegemónicos).

En nuestras sociedades patriarcales, aprendemos que la construcción del yo está atravesada por el género, y que estas coordenadas determinan y nombran nuestra existencia humana. Y esto lo aprendemos también a través del teatro.

Según Casella, el teatro heterosexualiza la realidad simbólica a través de discursos teatrales que funcionan como actos performativos de género. Es decir, aprendemos del teatro a cómo actuar el género, sus roles, sus violencias, y también a actuar una heterosexualidad obligatoria.

Solo a manera de apunte, agrego, que también aprendemos del teatro una mirada sobre el otro, “otrorizando” condiciones que incluso compartimos, como la clase y la etnia. Por lo tanto el teatro es una forma de intervención política, a través de la cual reproducimos el sistema hegemónico o planteamos nuevas posibilidades de vivir en sociedad.

Si el teatro tiene ese poder, entonces, ¿qué se enseña a través del teatro? Como creadoras y creadores de teatro, nuestra concepción de teatro se va a reflejar en nuestra poética. Nuestra poética es un sistema ético y estético, es un discurso. Y sí, como parte de una estrategia de crianza, el teatro tiene ese poder.

A través del teatro enseñamos nuestros sistemas de creencias, de valores heredados, aprendidos, reaprendidos y deconstruidos en el camino, es decir, que si no los cuestionamos y deconstruimos, los reproducimos como agentes sociales creadores de producción simbólica y artística que somos.

¿Cuáles son los sistemas de valores que estamos reproduciendo? ¿Estaremos enseñando heteronormatividad, roles de género, xenofobia, racismo?, es decir, todos esos temas a los que estamos expuestas y expuestos a diario a través de los medios que son también estrategias de crianza. ¿Estamos reforzando ese entramado o estamos proponiendo una perspectiva crítica?

Hacer teatro para las infancias es un reto que debe sacarnos de todos nuestros lugares cómodos, somos responsables de cuestionarnos la reproducción de patrones socioculturales nocivos, y de analizar la creación desde una perspectiva ética, que implica además problematizar lo moral y por lo tanto considerar una postura laica.

Es preciso recordar que las poblaciones para las que hacemos teatro son específicas, es decir, también es un acto político cuestionarnos el concepto de infancia que estamos generando, ya que la infancia no es universal, y como categoría implica que la relación entre el sujeto y el objeto es una construcción histórica atravesada por el poder y por condiciones estructurales determinantes.

Es nuestra responsabilidad desde las artes escénicas politizar la categoría infancia, como plantea Casella. Corrernos del adultocentrismo y plantear mediante el teatro, estrategias de crianza de sociedades más equitativas y más libres.

La pandemia del sector cultura

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