miércoles, 28 de octubre de 2020

Con el futuro en los bolsillos


 



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Por Víctor Vegas

"Foto: José Luis de la Mata Sacristán".


Cuando en 1992 comencé a trabajar en la profesión para la que había estado preparándome durante años, me sentí un gran afortunado. El departamento de IT de la compañía que me contrató, había estado pertrechándose en tiempos recientes de la última tecnología —tanto software como hardware— disponible en el mercado. A veces creía, por instantes, que tenía el futuro guardado en los bolsillos.

Los años venideros no hicieron más que acrecentar aquella ilusoria sensación: fuimos de las primeras compañías en el país en centralizar sus operaciones comerciales y de logística al echar mano de los avances en las telecomunicaciones y el nuevo milenio nos pilló montados en una serie de atractivos proyectos tecnológicos que, según nosotros, nos mantendría por los siguientes años en la cresta de la vanguardia.

Sin embargo, esto no ocurrió como pensábamos debido en gran medida a los caprichos que siempre nos tiene reservado el destino. “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntales tus planes”, reza un viejo adagio popular.

Mucha agua ha pasado desde entonces bajo los puentes y en ocasiones, por majestuosos que se recuerden, algunos orgullos suelen hundirse como el Titanic. Quizá para las nuevas generaciones de informáticos, la forma en que hacíamos las cosas en la década de los noventa, sencillamente los mueva a la risa. Tanto como en su momento a nosotros nos causó risa la forma en que nuestros predecesores trabajaban.


Es ley de vida.



Desde el inicio del milenio a estos días que nos ocupan, la tecnología ha continuado avanzando a pasos agigantados. Gracias a estos avances, en la actualidad un dispositivo que podemos manipular con una sola mano resulta varias veces más potente que aquellos ordenadores de última generación con los que comencé a trabajar en 1992. Ni el más visionario de nuestros colegas de aquellos años hubiera imaginado que llegaríamos a estar tan interconectados como lo estamos hoy en día. Aunque no siempre interconexión signifique comunicación. Es la paradoja tecnológica que nos depara nuestra época: mientras más avanzadas se encuentran las telecomunicaciones a escala global, al parecer, más desconectados nos encontramos unos de otros en lo personal. Pero en el fondo no es culpa de la tecnología sino de la utilidad que nosotros acabamos dándole.

Y a uno de estos tipos de utilidad que solemos darle a la tecnología debo la enriquecedora experiencia de haber entrado en contacto, hace unos meses, con el colectivo Raíz Teatro. Una compañía teatral que tiene muy claro sus objetivos y a quiénes desea hacer llegar sus propuestas escénicas. Liderada por la carismática y polifacética Katherine Peytrequín Gómez (actriz, directora, productora, gestora, administradora, docente y bibliotecaria), la agrupación cuenta con sede en San José de Costa Rica. En estos tiempos de pandemia, cuando las restricciones impuestas por las autoridades sanitarias nos obligan a quedarnos en casa, la gente de teatro ha recurrido a las plataformas digitales con el fin de dar salida a sus inquietudes creativas ante la imposibilidad de hacerlo desde los escenarios. Fue gracias a la lectura dramatizada de una de mis piezas de teatro, difundida a través de una de estas plataformas, que Katherine tuvo noticias de mi obra. Transmitida en streaming a través del Facebook Live de Agitep (Asociación de Grupos Independientes de Teatro Profesional), la lectura estuvo a cargo de dos viejos conocidos —convertidos ahora en buenos amigos— que en 2011, con el título de “Desde el otro lado”, estrenaron “Pieza para dos actores” en la sala Vargas Calvo del Teatro Nacional: Silvia Campos y Arturo Campos. Dicho montaje lo dirigió Manuel Ruiz y lo produjo Tictak Producciones. Una adaptación más corta de esta obra fue la que Arturo y Silvia leyeron en las redes sociales de Agitep y que llamó la atención y curiosidad de Katherine. Según me contaría ella misma después, le encantó tanto el texto que enseguida quiso conocer más de su autor, googleó mi nombre, dio con mi web y devoró otras de mis piezas. Días después aceptaría la invitación que le hiciera la gente de Agitep para participar en su programa de lecturas y decidió seleccionar y presentarse con “Mientras amanece”.

Tuve la oportunidad de ver dicha lectura y no pude más que quedar enganchado con la propuesta que preparó Katherine a partir de mi texto, para la cual contó con los buenos oficios de tres talentosos actores: Jeremy Arias, que interpretó a Paul; Marco Rodríguez Vargas, que hizo de Theo; y Kyle Boza Gómez, que leyó algunas de las acotaciones que se sugieren en la obra. Sin duda un trabajo destacable y que, por los comentarios acumulados durante la lectura, hizo mella en la sensibilidad de varios de los espectadores. Tanto, que posteriormente Eliella Teatro, otra agrupación de reconocida trayectoria en el teatro costarricense, invitó a Katherine a participar en la iniciativa de lecturas dramatizadas que ellos también venían ofreciendo desde hacía meses en sus redes sociales.

Ojalá que en un futuro no muy lejano (por nuestra salud y la del teatro) los teatreros podamos retornar, sin restricciones de ninguna especie, a los escenarios, nuestro hábitat por naturaleza (y no las plataformas digitales), con la finalidad de continuar ofreciéndole a los espectadores el trabajo que hemos venido realizando desde tiempos ancestrales y con el que intentamos conectar con el otro para conjurar juntos, entre otras cosas, la paradoja tecnológica de nuestra época. ¿De qué vale una vida sin el otro? Particularmente a mí me gustaría mucho ver a Raíz Teatro atreverse desde los escenarios con “Mientras amanece”. Demás está decir que cuentan con mi entusiasmo y agradecimiento.

Víctor Vegas

Dramaturgo

miércoles, 21 de octubre de 2020

La virtualidad: ¿La piedra en el zapato para el matrimonio teatro – educación?


 



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Inicio este blog afirmando algo que de niña jamás pensé que diría: amo ser facilitadora de procesos educativos, me encanta ser docente. Y es que viniendo de una familia de maestras y profesores, lo usual hubiese sido, que yo estudiara educación; pues resulta que no. Me descarrilé y tomé otro camino: el teatro.

De inmediato surgieron los cuestionamientos de familiares y gente conocida: ¿El teatro se estudia? ¡El teatro no es una carrera, es un hobbie! Colegas: Estoy segura de que ustedes han pasado por ese mismo escrutinio, al menos una vez en la vida. ¿Cierto?

Pues resulta que sí se estudia teatro, y aunque efectivamente para muchas personas puede ser un hobbie, para otras (como yo), además de ser su pasión, es la profesión que hemos orgullosamente escogido.

Lo que yo no me esperaba es que el teatro, una y otra vez, me cambiara la ruta. Por alguna razón, que aún estoy descubriendo, las agujas de mi brújula siempre terminan apuntando hacia el campo de la educación. Y bueno, para ser sincera, hace mucho rato ya, que dejé de resistirme y me entregué placenteramente al fuego que se produce cuando conjugamos teatro y educación.

Por supuesto que en el camino, como en toda relación amorosa, he tenido aciertos y desaciertos, me ha tocado negociar, escuchar, llorar, reír… Sin embargo, por primera vez, me enfrento, nos enfrentamos a un desafío que nos podría costar el matrimonio: la virtualidad.

Lo que sí sabemos al respecto, es que en definitiva nadie se esperaba esto. Lo que no sabemos es cuánto más vamos a aguantar.

Como docentes nos ha tocado reinventarnos, proponer alternativas para que el fuego no se apague, intentar ser una luz guía en el camino de quienes aún se preguntan si el haber escogido el teatro como carrera fue la mejor decisión y de si aún están a tiempo de encontrar una profesión más rentable.

Si ya de por sí es complejo lograr una conexión profunda, empática y asertiva con otras personas en la presencialidad, ya se imaginarán cuán difícil es hacerlo desde la virtualidad.

¿Han escuchado esa frase que dice: “las relaciones a larga distancia no funcionan”? Bueno, como docentes tenemos dos opciones: nos salimos de nuestra zona de confort y exploramos nuevas posibilidades que sostengan y cultiven la relación o abandonamos el barco.

El respeto por mi profesión y vocación, por mis estudiantes, por mis colegas y por mí misma, inclinan la balanza y me hacen confiar en que algo bueno puede surgir de todo esto. La virtualidad puede ser realmente “la piedra en el zapato”, pero también podría ser el hito que marca el antes y el después en nuestra labor como docentes de teatro.

Podría estar medio lleno, podría estar medio vacío; todo dependerá desde dónde observemos el vaso.



Por Johanna Madrigal Araya

Artista escénica, docente universitaria, gestora y productora teatral

miércoles, 14 de octubre de 2020

El teatro es Presencia

 


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Me hace falta el cine y el teatro. Si bien existen medios para ver cine en casa, para ver teatro en casa, nunca es lo mismo a poder asistir al lugar físico propiamente para disfrutar de cada arte. El cine a diferencia del teatro si está diseñado para verlo a través de una pantalla. No vemos el proceso de grabación, los errores de los actores, los efectos especiales no los podríamos ver tampoco. El teatro si se caracteriza por la presencia. Estar presentes en el momento, en el acto, en el sentimiento, en el gesto, en recibir aquello que quieren transmitir sea a través de miradas, de gestos, de pausas o silencios, pero NECESITAMOS estar presentes.

Hace poco vi esta nueva modalidad: ver a través de mi teléfono, la grabación de una actuación por zoom. Podía ver a las 4 actrices interpretando sus papeles. Peeero no hay escenografía, la música de fondo es limitada, cada una estaba en su casa o espacio designado para la actuación pero no se encontraban interactuando entre ellas físicamente. Si bien uno se interna dentro de la obra, hay un sin sabor de que ellas no están juntas, los contextos de fondo distraen, si fueran más de cuatro, mi teléfono no me permitiría verlas a todas dentro de la pantalla. Al menos zoom solo me deja tener 4 recuadros a la vez y una quinta aparte, cuestión que todavía podría empeorar la actuación porque no podría verlas a todas al mismo tiempo. El teatro te permite eso, te permite estar atento a las reacciones de los demás. Si en el cine no quieren mostrar a algún actor, pues no lo hacen, será decisión y diseño del director. Pero en el teatro lo vez y lo vives TODO.

Esta modalidad de teatro virtual no da ese espacio a los detalles, a la interacción, a la iluminación, al espacio, al tiempo, a compartir. Puede ser una herramienta para no dejar de lado el trabajo y esfuerzo enorme que hay detrás de cada actor y actriz, director y directora, guion, entre otros, es casi como que nos contaran un cuento a través de una pantalla, pero no es lo mismo. Es mantenerlo vivo, pero definitivamente requiere que estemos presentes.

Si en cambio consideramos la virtualidad como la integración de tecnología al teatro, se complementa de una manera interesante, siendo por ejemplo un nuevo método de convertir la escenografía de un elemento estático a un elemento vivo, que permite generar ilusión y realidad a la vez. Me refiero por ejemplo al uso de proyecciones durante una obra teatral. El espacio narrativo en este caso se vuelve dinámico. La virtualidad puede aportar a la obra teatral pero no puede sustituirla. Proyecciones en la calle, en edificios de la ciudad, donde se muestra la actuación en vivo, de igual manera no produce el mismo efecto si todavía hay una segunda pantalla de por medio (llámese televisor, computadora o celular). Pero si se tiene la oportunidad de ver una proyección en vivo, de actores y actrices interpretando en otro lugar físico pero en medio de la ciudad, en medio de un público enorme, constante y en movimiento, en ese instante, se genera ese efecto sensorial para el cual el teatro fue creado.

Si el público no forma parte activa de la escena teatral, en mi opinión, no estamos en presencia del teatro en su esencia más intrínseca.

¿Si el teatro es presencia, cómo puede ser virtualidad a la vez?

Marianela Pacheco Barrantes

Arquitecta y Propietaria de Ceres Catering Service

miércoles, 7 de octubre de 2020

Pandemia mundial : pandemia personal : pandemia artística

 


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Luego de casi seis meses de que se nos pida quedarnos en casa para mantener a salvo nuestra salud y la de los demás, las personas pasamos por un sinfín de sentimientos. Algunos y algunas, quizás con menos intensidad que otras, pero siempre transitamos por diferentes emociones.

Hay una emoción que en general ha logrado unirnos - a pesar de la distancia -: la del “encierro”. Muchas personas lo han vivido desde sus casas, y muchas otras desde la lejanía de su hogar. Sea como sea, el encierro ha existido. El encierro físico, y el encierro mental. Este encierro mental, se convierte en un arma psicológica peligrosa, y a la vez, se puede convertir en nuestro refugio creativo - artístico, más inmediato.

El arte, desde tiempos primitivos, ha servido para expresarnos y comunicar. Este momento histórico no es la excepción. Estamos dentro de un período histórico impresionante con miles y miles de consecuencias, económicas, sociales, demográficas, personales, y artísticas, sin duda.

Cada persona está pasando su propia pandemia. Una pandemia de sentimientos, emociones y sensaciones. Y esta pandemia, esta crisis, le va a hacer pasar momentos de mucha cordura, y otros momentos de harta locura. Esta pandemia global, nos hace pensarnos cómo habitantes del aquí y ahora, y repensarnos. Es una obra teatral constante. Ese repensarnos crea reflexión y esa reflexión puede llevarnos a expresarse, expresarnos… y algunos lo harán a través de algún trabajo artístico. Enhorabuena.

Yo, por mi parte, he vivido la pandemia desde el Caribe Sur, sí, Puerto Viejo de Talamanca. En menos de 9 meses me he cambiado 3 veces de casa, y he estado viviendo en una comuna local, en frente del mar, y en medio de la selva tropical. He tenido siempre apoyo, he tenido siempre comida, y he estado acompañada de una grandiosa burbuja social. Y a pesar de todo ello, he estado ^encerrada^, he estado asustada, enojada, triste… feliz, motivada y creativa. Sea donde sea que estemos, estamos pasando una encerrona mundial-personal. Es una dicotomía entre que todos y todas estamos pasando por lo mismo, pero yo lo estoy pasando así - así - y así. Y todo es válido.

Cuando valido todas estas emociones, me permito el momento de escucharme y crear. Incertidumbre, caos y nada. Eso lo único que puede generar es que intentar cualquier cosa puede salir de cualquier manera, y por solo intentarlo, está bien. Eso es para mí, lo que esta crisis nos puede generar de tanta reflexión interna: lo único que pierdo de no intentarlo, es la oportunidad. Realmente intentarlo está bien porque estamos en el momento perfecto, ya no sé si mañana vaya a tener el chance, y si lo tengo, lo sigo trabajando, y de pronto, tengo una esperanza de seguir… “para mañana ya tengo chance de…” Y dibujo de a pocos mi mañana, y de a pocos, voy saliendo.

Este momento de pandemia personal, es el momento de “encerrona” por el que transitamos todos los y todas las artistas, a la hora de crear. Siempre estamos en pandemia emocional, siempre estamos en encerrona personal, cuando nos proponemos a crear, y a veces ni nos damos cuenta de lo que estamos pasando, pero lo utilizamos, todo funciona. Tenemos que pasar por esos momentos oscuros para encontrar la luz.

Y eso es lo que podemos entender como humanidad ahorita, estamos pasando un momento para llegar a una claridad juntos y juntas, a una luz personal a la vez. Y esto va a ser de cada uno, de cada una, porque lo de afuera, no se sabe cuánto vaya a durar, pero lo que estamos sintiendo ya mismo, es lo que podemos trabajar, y quién sabe, inclusive toda esta vorágine de sentimientos, los podamos convertir en un “algo” artístico. Ahora es el momento para probar, aventurarse, adentrarse más… y quizás por ahí, logramos salir, sin pausa pero sin prisa…



YENIFER SANDOVAL JIMÉNEZ

@YESAJI arte y movimiento

Artista escénica y gestora cultural

sábado, 3 de octubre de 2020

EL SOL DE ASÍS

 



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Francisco de Asís: «hombre vil y caduco, pequeñuelo siervo» (así firma una de sus cartas), y, sin embargo, un gigante del Medioevo. Una de las estrellas más brillantes del cristianismo. Su luz iluminó todo el siglo XIII, y su resplandor nos llega hasta hoy. ¿Por qué? ¿cómo? La respuesta nos la da él mismo: ¡el ser humano alcanza la gloria y la grandeza cuando se hace humilde y pequeño!. Esta es mi homilía para este 4 de octubre 2020: Solemnidad de san Francisco de Asís.

EL SOL DE ASÍS


Un antiguo testimonio escrito cuenta que una vez fray Maseo, uno de los primeros hermanos que se unió a san Francisco, viendo la fascinación que el santo provocaba, le preguntó: «¿por qué todo el mundo va detrás de ti y todos pugnan por verte? Tú no eres hermoso de cuerpo, no sobresales por la ciencia, y entonces, ¿por qué todo el mundo va en pos de ti?».


También hoy, hermano Francisco, te hacemos la misma pregunta que te hizo Maseo: ¿porqué no pasas de moda? ¿por qué tu voz sigue siendo un desafío? ¿por qué seguimos hablando de vos? ¿por qué un pontífice actual recurre con insistencia a tu nombre y a tu herencia espiritual? ¿por qué ocho siglos después de que pasaras por estos caminos queremos seguir teniendo un corazón franciscano, un corazón como el tuyo? ¿Por qué, fray Francisco, por qué?


Escuchemos la respuesta que el
Pobrecillo dio a fray Maseo (seguramente sería la misma que nos daría a nosotros hoy): «San Francisco […] se dirigió al hermano Maseo y le dijo: “¿Quieres saber por qué a mí viene todo el mundo? Esto me viene de los ojos del Dios altísimo, que miran en todas partes a buenos y malos, y esos ojos santísimos no han visto, entre los pecadores, ninguno más vil ni más inútil, ni más grande pecador que yo. Y como no ha hallado sobre la tierra otra criatura más vil para realizar la obra maravillosa que se había propuesto, me ha escogido a mí para confundir la nobleza, la grandeza, y la fortaleza, y la belleza, y la sabiduría del mundo, a fin de que quede patente que de Él proviene toda virtud y todo bien”».


Ahí está el misterioso secreto que responde a nuestra pregunta: es esa percepción absolutamente realista de sí mismo que tenía Francisco lo que nos golpea y atrae hoy, sencillamente porque carecemos de ello. En su respuesta al hermano Maseo, Francisco corta de tajo cualquier posibilidad de vanagloria, de reivindicación personal, de triunfalismo y auto-ponderación. Todo lo bueno y lo grande y lo bello lo restituye a Dios, Bien total. Eso, hermanos y hermanas, eso es lo que nos falta. Nos falta bajarnos de la nube de grandiosidad en la que andamos, y que nos hace entender y vivir la vida de un modo equivocado: desde la superficialidad, el éxito, el dominio, la buena apariencia, el confort y el lujo.


Hace 800 años las gentes de Asís seguían con ilusión a un hombre que, juzgado por su apariencia, parecía más un
loco indigente que una persona sensata. Pero, por alguna razón, intuían que él era un hombre de Dios, uno que sabía dónde se esconde lo esencial de la vida y que, por lo mismo, realizaba en su persona una perfecta síntesis del mensaje cristiano; intuían en ese fraile descalzo una chispa distinta, una alegría honda, una visión completamente nueva –inocente, podríamos decir– de la existencia, del universo, del hombre, de Dios, de todo. Era uno que, sin hacer mucho escándalo, sin ciencia y sin necesidad de discursos panfletarios –solo con su testimonio evangélico, sus ojos libres de prejuicios y su pureza de corazón¬–, puso en crisis la sociedad y la Iglesia y todo…


Hoy al
Pobrecillo lo admira no solo Asís, sino el mundo entero. ¡Él nos pone en crisis a todos!: a nosotros, que nos da horror reconocernos pequeños, prescindibles, débiles; que andamos un poco perdidos sin haber encontrado aún lo esencial de la existencia; que no seguiríamos nunca a uno que se autodefiniera “ignorans et simplex” (ignorante y simple), como se definía Francisco. Hoy somos fans de otro tipo de estrellas, de las cuales lo único que admiramos es que tienen dinero, mucho dinero, y eso las hace grandes –dioses casi– ante nuestros ojos. Abundan esas (súper)estrellas en el fútbol, en el espectáculo, en la política…, pero todas, absolutamente todas, condenadas a ser fugaces: mañana no tendrán más luz. Eran humo.


En cambio, el humilde
fraile de Asís, nuestro Francisco, el hermano de todos, el pobre, el feo, el pequeño, el libre, el loco que abrazaba-bañaba-besaba leprosos; y, sin embargo, memoria subversiva, la suya, que no se apaga nunca: es una estrella que no ha dejado de brillar, su luz seguirá traspasando fronteras, religiones y siglos, porque supo configurarse todo entero con «el Amor que mueve al sol y a las demás estrellas». Y el Amor –siempre y en cada caso– vuelve inmortal y universal todo lo que toca.



Marcos Quesada.

Fraile Menor Conventual


La pandemia del sector cultura

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