El
deseo de realidad no coarta la fuerza de la aspiración de novedad a
las puertas de utopía. A la humanidad no le da igual la realidad que
la ficción, y en el arte fluye un camino creativo que nos sumerge en
la búsqueda de la verdad, una verdad que se conoce y se comunica en
un pacto de doble interlocución.
Desde
Utopía hablan los artistas, para que el espectador que se encuentra
a las puertas de su ciudad, se integre en el acto. La primera gran
verdad en ser revelada, es que las obras de teatro no suceden en una
ciudad o país que ubicas en un mapa físico político, las obras
teatrales que trascienden acontecen en el cerebro y el corazón del
espectador. Lo descubrimos en personas que han creído que su sed de
realidad sería saciada con fórmulas matemáticas, y hoy han dejado
anidar en su cerebro una idea que ha llegado a través de las
emociones y salas de un teatro. Lo descubrimos cunado por fin alguien
se anima a construir algo.
En
esa doble interlocución, los lugares físicos dejan de ser el centro
de la cuestión, quedando como protagonista el cuerpo de alguien
desde donde acontecen tantas experiencias, conectado con el cuerpo de
alguien más con el que comparte tiempo, espacio y emociones (el
espectador). Los físicos teóricos nos dirán que es una ilusión,
pero los que lo hemos vivido sabremos que nada fue tan verdadero y
tan profundo como aquellos momentos de trascendencia. Trascendió un
espacio físico temporal que solo afectaba una vida y trasmigró
hacia la vida de alguien más.
La
segunda gran verdad que los habitantes de Utopía rezan sin cesar, es
que a inventar se inicia pronto y que será el tiempo que arrebata
tan buenos hábitos. Para ser honestos no es que el tiempo sea malo,
son la fama y el dinero que se convierten en malas compañías, estos
seductores natos, expertos en endulzar oídos arrebatan tu mayor
tesoro “el
hábito de inventar”
y te presentan las “promesas
de cristal”
bailadas por el poder. Y es así como el teatro obnubilado por el
poder puede dejar de lado la aspiración de un mundo nuevo posible, y
correr por las mieles del poder económico, convirtiéndose en actor
y espectador de su propia destrucción. Su destrucción que llega con
la lentitud de la muerte de un condenado a cadena perpetua. No muere
al instante, la fuga de su vida va avanzando a través de las rejas
de la celda que contiene las cosas e ideas prefabricadas de lo
políticamente correcto mediocremente cómodo. Pero la factura es
cargada a tan grande don, que muere a carecer de su fuente vital “la
libertad de crear” y solo quedará momificado en simple ensamblador
de productos en serie.
Su
opción fundamental del teatro en la comunicación, se orienta desde
el horizonte del sembrador que coloca una simiente de realidades
nuevas en otras personas. Lo que el artista construye tiene anhelos
de trascendencia; o sea, pueden tener un lugar posterior la vida de
otras personas. La sed de verdad genera una necesidad de ser
comentado, compartido y reconstruido en otras personas. Es trascender
su verdadero anhelo, es Utopía su ciudad natal.
Al
escuchar de dónde viene y adónde va el Teatro, podrían algunos
endurecer sus oídos antes de conocer su mensaje. ¿Para qué nos
sirve la utopía? hacta ese lugar se camina, pero nunca se llega.
Quizás la respuesta más cuerda la podríamos escuchar desde la
puesta teatral de Hansel y Gretel. El laberinto de nuestra historia
es marcado por unos muchachitos de dulce figura e ingenuidad
rebosante, van lanzando migas en el pasado, nos lanzan a un futuro
posible.
Los
fríos caminos de la ya superada ciencia moderna nos pueden decir
cuales cuerpos están vivos y cuales otras yacen inertes, pero nunca
nos podrás decir de qué va la vida. La vida brota de las manos de
un artista “Cuando
veo el firmamento, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú
formaste”
(Salmo 8,3), y que es entregado en custodia a otros artistas que a su
imagen crean y recrean “¿Qué
es el hombre, para que tengas de él memoria, ¿Y el hijo del hombre,
para que lo visites?... lo coronaste de gloria”
(Salmo 8, 4-5). Nuestra mayor gloria es crear, ese es tu tesoro, no
el tesoro de otros, es algo que brota
de ti y se hace más grande
en la medida que es compartido.
Quien
sabe lo que tiene y es consciente del valor trascendente de su
tesoro, lo custodia con cuidado y lo comunica con diligencia.
Fray
Jorge Barillas
“Mientras
tengamos tiempo hagamos el bien” S. Fco.
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