miércoles, 4 de diciembre de 2019

Pensando desde Utopía. El teatro en el siglo XXI




El deseo de realidad no coarta la fuerza de la aspiración de novedad a las puertas de utopía. A la humanidad no le da igual la realidad que la ficción, y en el arte fluye un camino creativo que nos sumerge en la búsqueda de la verdad, una verdad que se conoce y se comunica en un pacto de doble interlocución.
Desde Utopía hablan los artistas, para que el espectador que se encuentra a las puertas de su ciudad, se integre en el acto. La primera gran verdad en ser revelada, es que las obras de teatro no suceden en una ciudad o país que ubicas en un mapa físico político, las obras teatrales que trascienden acontecen en el cerebro y el corazón del espectador. Lo descubrimos en personas que han creído que su sed de realidad sería saciada con fórmulas matemáticas, y hoy han dejado anidar en su cerebro una idea que ha llegado a través de las emociones y salas de un teatro. Lo descubrimos cunado por fin alguien se anima a construir algo.
En esa doble interlocución, los lugares físicos dejan de ser el centro de la cuestión, quedando como protagonista el cuerpo de alguien desde donde acontecen tantas experiencias, conectado con el cuerpo de alguien más con el que comparte tiempo, espacio y emociones (el espectador). Los físicos teóricos nos dirán que es una ilusión, pero los que lo hemos vivido sabremos que nada fue tan verdadero y tan profundo como aquellos momentos de trascendencia. Trascendió un espacio físico temporal que solo afectaba una vida y trasmigró hacia la vida de alguien más.
La segunda gran verdad que los habitantes de Utopía rezan sin cesar, es que a inventar se inicia pronto y que será el tiempo que arrebata tan buenos hábitos. Para ser honestos no es que el tiempo sea malo, son la fama y el dinero que se convierten en malas compañías, estos seductores natos, expertos en endulzar oídos arrebatan tu mayor tesoro “el hábito de inventar” y te presentan las “promesas de cristal” bailadas por el poder. Y es así como el teatro obnubilado por el poder puede dejar de lado la aspiración de un mundo nuevo posible, y correr por las mieles del poder económico, convirtiéndose en actor y espectador de su propia destrucción. Su destrucción que llega con la lentitud de la muerte de un condenado a cadena perpetua. No muere al instante, la fuga de su vida va avanzando a través de las rejas de la celda que contiene las cosas e ideas prefabricadas de lo políticamente correcto mediocremente cómodo. Pero la factura es cargada a tan grande don, que muere a carecer de su fuente vital “la libertad de crear” y solo quedará momificado en simple ensamblador de productos en serie.
Su opción fundamental del teatro en la comunicación, se orienta desde el horizonte del sembrador que coloca una simiente de realidades nuevas en otras personas. Lo que el artista construye tiene anhelos de trascendencia; o sea, pueden tener un lugar posterior la vida de otras personas. La sed de verdad genera una necesidad de ser comentado, compartido y reconstruido en otras personas. Es trascender su verdadero anhelo, es Utopía su ciudad natal.
Al escuchar de dónde viene y adónde va el Teatro, podrían algunos endurecer sus oídos antes de conocer su mensaje. ¿Para qué nos sirve la utopía? hacta ese lugar se camina, pero nunca se llega. Quizás la respuesta más cuerda la podríamos escuchar desde la puesta teatral de Hansel y Gretel. El laberinto de nuestra historia es marcado por unos muchachitos de dulce figura e ingenuidad rebosante, van lanzando migas en el pasado, nos lanzan a un futuro posible.
Los fríos caminos de la ya superada ciencia moderna nos pueden decir cuales cuerpos están vivos y cuales otras yacen inertes, pero nunca nos podrás decir de qué va la vida. La vida brota de las manos de un artista “Cuando veo el firmamento, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste” (Salmo 8,3), y que es entregado en custodia a otros artistas que a su imagen crean y recrean “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, ¿Y el hijo del hombre, para que lo visites?... lo coronaste de gloria” (Salmo 8, 4-5). Nuestra mayor gloria es crear, ese es tu tesoro, no el tesoro de otros, es algo que brota de ti y se hace más grande en la medida que es compartido.
Quien sabe lo que tiene y es consciente del valor trascendente de su tesoro, lo custodia con cuidado y lo comunica con diligencia.
Fray Jorge Barillas
Mientras tengamos tiempo hagamos el bien” S. Fco.


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