EL SOL DE ASÍS
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Francisco
de Asís:
«hombre vil y caduco, pequeñuelo siervo» (así firma una de sus
cartas), y, sin embargo, un gigante del Medioevo. Una de las
estrellas más brillantes del cristianismo. Su luz iluminó todo el
siglo XIII, y su resplandor nos llega hasta hoy. ¿Por qué? ¿cómo?
La respuesta nos la da él mismo: ¡el ser humano alcanza la gloria y
la grandeza cuando se hace humilde y pequeño!. Esta es mi homilía
para este 4 de octubre 2020: Solemnidad de san Francisco de Asís.
EL
SOL DE ASÍS
Un
antiguo testimonio escrito cuenta que una vez fray Maseo, uno de los
primeros hermanos que se unió a san Francisco, viendo la fascinación
que el santo provocaba, le preguntó: «¿por qué todo el mundo va
detrás de ti y todos pugnan por verte? Tú no eres hermoso de
cuerpo, no sobresales por la ciencia, y entonces, ¿por qué todo el
mundo va en pos de ti?».
También
hoy, hermano Francisco, te hacemos la misma pregunta que te hizo
Maseo: ¿porqué no pasas de moda? ¿por qué tu voz sigue siendo un
desafío? ¿por qué seguimos hablando de vos? ¿por qué un pontífice
actual recurre con insistencia a tu nombre y a tu herencia
espiritual? ¿por qué ocho siglos después de que pasaras por estos
caminos queremos seguir teniendo un corazón franciscano, un corazón
como el tuyo? ¿Por qué, fray Francisco, por qué?
Escuchemos
la respuesta que el Pobrecillo
dio a fray Maseo
(seguramente sería la misma que nos daría a nosotros hoy): «San
Francisco […] se dirigió al hermano Maseo y le dijo: “¿Quieres
saber por qué a mí viene todo el mundo? Esto me viene de los ojos
del Dios altísimo, que miran en todas partes a buenos y malos, y
esos ojos santísimos no han visto, entre los pecadores, ninguno más
vil ni más inútil, ni más grande pecador que yo. Y como no ha
hallado sobre la tierra otra criatura más vil para realizar la obra
maravillosa que se había propuesto, me ha escogido a mí para
confundir la nobleza, la grandeza, y la fortaleza, y la belleza, y la
sabiduría del mundo, a fin de que quede patente que de Él proviene
toda virtud y todo bien”».
Ahí
está el misterioso secreto que responde a nuestra pregunta: es esa
percepción absolutamente realista de sí mismo que tenía Francisco
lo que nos golpea y atrae hoy, sencillamente porque carecemos de
ello. En su respuesta al hermano Maseo, Francisco corta de tajo
cualquier posibilidad de vanagloria, de reivindicación personal, de
triunfalismo y auto-ponderación. Todo lo bueno y lo grande y lo
bello lo restituye a Dios, Bien total. Eso, hermanos y hermanas, eso
es lo que nos falta. Nos falta bajarnos de la nube de grandiosidad en
la que andamos, y que nos hace entender y vivir la vida de un modo
equivocado: desde la superficialidad, el éxito, el dominio, la buena
apariencia, el confort y el lujo.
Hace
800 años las gentes de Asís seguían con ilusión a un hombre que,
juzgado por su apariencia, parecía más un loco
indigente que una persona sensata. Pero, por alguna razón, intuían
que él era un hombre de Dios,
uno que sabía dónde se esconde lo esencial
de la vida y que, por lo mismo, realizaba en su persona una perfecta
síntesis del mensaje cristiano; intuían en ese fraile
descalzo una chispa distinta, una alegría
honda, una visión completamente nueva –inocente, podríamos decir–
de la existencia, del universo, del hombre, de Dios, de todo. Era uno
que, sin hacer mucho escándalo, sin ciencia y sin necesidad de
discursos panfletarios –solo con su testimonio evangélico,
sus ojos libres de prejuicios y su pureza
de corazón¬–, puso en crisis
la sociedad y la Iglesia y todo…
Hoy
al Pobrecillo
lo admira no solo Asís, sino el mundo entero. ¡Él nos pone en
crisis a todos!: a nosotros, que nos da horror reconocernos pequeños,
prescindibles, débiles; que andamos un poco perdidos sin haber
encontrado aún lo esencial de la existencia; que no seguiríamos
nunca a uno que se autodefiniera “ignorans et simplex” (ignorante
y simple), como se definía Francisco. Hoy somos fans
de otro tipo de estrellas, de las cuales lo único que admiramos es
que tienen dinero, mucho dinero, y eso las hace grandes –dioses
casi– ante nuestros ojos. Abundan esas (súper)estrellas en el
fútbol, en el espectáculo, en la política…, pero todas,
absolutamente todas, condenadas a ser fugaces: mañana no tendrán
más luz. Eran humo.
En
cambio, el humilde fraile
de Asís, nuestro Francisco, el hermano
de todos, el pobre, el feo, el pequeño,
el libre, el loco que abrazaba-bañaba-besaba leprosos; y, sin
embargo, memoria subversiva, la suya, que no se apaga nunca: es una
estrella que no ha dejado de brillar, su luz seguirá traspasando
fronteras, religiones y siglos, porque supo configurarse todo entero
con «el Amor que mueve al sol y a las demás estrellas». Y el Amor
–siempre y en cada caso– vuelve inmortal y universal todo lo que
toca.
Marcos Quesada.
Fraile Menor Conventual
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