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Por Víctor Vegas
"Foto: José Luis de la Mata Sacristán".
Cuando en 1992 comencé a trabajar en la profesión para la que había estado preparándome durante años, me sentí un gran afortunado. El departamento de IT de la compañía que me contrató, había estado pertrechándose en tiempos recientes de la última tecnología —tanto software como hardware— disponible en el mercado. A veces creía, por instantes, que tenía el futuro guardado en los bolsillos.
Los años venideros no hicieron más que acrecentar aquella ilusoria sensación: fuimos de las primeras compañías en el país en centralizar sus operaciones comerciales y de logística al echar mano de los avances en las telecomunicaciones y el nuevo milenio nos pilló montados en una serie de atractivos proyectos tecnológicos que, según nosotros, nos mantendría por los siguientes años en la cresta de la vanguardia.
Sin embargo, esto no ocurrió como pensábamos debido en gran medida a los caprichos que siempre nos tiene reservado el destino. “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntales tus planes”, reza un viejo adagio popular.
Mucha agua ha pasado desde entonces bajo los puentes y en ocasiones, por majestuosos que se recuerden, algunos orgullos suelen hundirse como el Titanic. Quizá para las nuevas generaciones de informáticos, la forma en que hacíamos las cosas en la década de los noventa, sencillamente los mueva a la risa. Tanto como en su momento a nosotros nos causó risa la forma en que nuestros predecesores trabajaban.
Es ley de vida.
Desde el inicio del milenio a estos días que nos ocupan, la tecnología ha continuado avanzando a pasos agigantados. Gracias a estos avances, en la actualidad un dispositivo que podemos manipular con una sola mano resulta varias veces más potente que aquellos ordenadores de última generación con los que comencé a trabajar en 1992. Ni el más visionario de nuestros colegas de aquellos años hubiera imaginado que llegaríamos a estar tan interconectados como lo estamos hoy en día. Aunque no siempre interconexión signifique comunicación. Es la paradoja tecnológica que nos depara nuestra época: mientras más avanzadas se encuentran las telecomunicaciones a escala global, al parecer, más desconectados nos encontramos unos de otros en lo personal. Pero en el fondo no es culpa de la tecnología sino de la utilidad que nosotros acabamos dándole.
Y a uno de estos tipos de utilidad que solemos darle a la tecnología debo la enriquecedora experiencia de haber entrado en contacto, hace unos meses, con el colectivo Raíz Teatro. Una compañía teatral que tiene muy claro sus objetivos y a quiénes desea hacer llegar sus propuestas escénicas. Liderada por la carismática y polifacética Katherine Peytrequín Gómez (actriz, directora, productora, gestora, administradora, docente y bibliotecaria), la agrupación cuenta con sede en San José de Costa Rica. En estos tiempos de pandemia, cuando las restricciones impuestas por las autoridades sanitarias nos obligan a quedarnos en casa, la gente de teatro ha recurrido a las plataformas digitales con el fin de dar salida a sus inquietudes creativas ante la imposibilidad de hacerlo desde los escenarios. Fue gracias a la lectura dramatizada de una de mis piezas de teatro, difundida a través de una de estas plataformas, que Katherine tuvo noticias de mi obra. Transmitida en streaming a través del Facebook Live de Agitep (Asociación de Grupos Independientes de Teatro Profesional), la lectura estuvo a cargo de dos viejos conocidos —convertidos ahora en buenos amigos— que en 2011, con el título de “Desde el otro lado”, estrenaron “Pieza para dos actores” en la sala Vargas Calvo del Teatro Nacional: Silvia Campos y Arturo Campos. Dicho montaje lo dirigió Manuel Ruiz y lo produjo Tictak Producciones. Una adaptación más corta de esta obra fue la que Arturo y Silvia leyeron en las redes sociales de Agitep y que llamó la atención y curiosidad de Katherine. Según me contaría ella misma después, le encantó tanto el texto que enseguida quiso conocer más de su autor, googleó mi nombre, dio con mi web y devoró otras de mis piezas. Días después aceptaría la invitación que le hiciera la gente de Agitep para participar en su programa de lecturas y decidió seleccionar y presentarse con “Mientras amanece”.
Tuve la oportunidad de ver dicha lectura y no pude más que quedar enganchado con la propuesta que preparó Katherine a partir de mi texto, para la cual contó con los buenos oficios de tres talentosos actores: Jeremy Arias, que interpretó a Paul; Marco Rodríguez Vargas, que hizo de Theo; y Kyle Boza Gómez, que leyó algunas de las acotaciones que se sugieren en la obra. Sin duda un trabajo destacable y que, por los comentarios acumulados durante la lectura, hizo mella en la sensibilidad de varios de los espectadores. Tanto, que posteriormente Eliella Teatro, otra agrupación de reconocida trayectoria en el teatro costarricense, invitó a Katherine a participar en la iniciativa de lecturas dramatizadas que ellos también venían ofreciendo desde hacía meses en sus redes sociales.
Ojalá que en un futuro no muy lejano (por nuestra salud y la del teatro) los teatreros podamos retornar, sin restricciones de ninguna especie, a los escenarios, nuestro hábitat por naturaleza (y no las plataformas digitales), con la finalidad de continuar ofreciéndole a los espectadores el trabajo que hemos venido realizando desde tiempos ancestrales y con el que intentamos conectar con el otro para conjurar juntos, entre otras cosas, la paradoja tecnológica de nuestra época. ¿De qué vale una vida sin el otro? Particularmente a mí me gustaría mucho ver a Raíz Teatro atreverse desde los escenarios con “Mientras amanece”. Demás está decir que cuentan con mi entusiasmo y agradecimiento.
Víctor Vegas
Dramaturgo
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