CONVERSATORIO:
Escritura dramática para
teatro infantil
Escuela de Artes
Dramáticas, UCR. 18 de junio del 2019
¿Por qué escribo o hago un
espectáculo para niños?
Creo que ésta es una
reflexión poco hecha en nuestro país. Para comenzar, la literatura,
la dramaturgia y los montajes para niños no pueden verse por
separado, están profundamente relacionados. Sin embargo, la creación
para niños ha estado abandonada por mucho tiempo por las
instituciones oficiales y la promueve de manera aislada.
Al observar la cantidad y
permanencia de programas o espacios que promueven las instituciones
para esta población, me pregunto cómo estamos concibiendo a la
infancia en tanto que sociedad. Si se les toma en cuenta desde sus
características específicas, si los vemos integrados y partícipes
de la colectividad, o si se les ve tan solo como seres diferentes o
peor aún, como seres inferiores.
Para responder a la pregunta
inicial, pienso que hago creaciones para niños primero que todo,
porque encuentro placer en hacerlo, porque me parezco y me identifico
con ese público, porque tengo un compromiso personal con la
realización de sus derechos y además porque los conozco. Al
escribir, me encuentro con la inocencia, la ternura, la fantasía,
una potente capacidad de asombro, una naturaleza inquieta por
cuestionarlo todo, características que me abren un terreno fértil
de creación y a la vez me tienden un reto. No hay personas en el
mundo que comprendan mejor el juego que ellos y no debemos olvidar
que en el teatro nuestro trabajo es jugar.
La niñez es un público
exigente, sin inhibiciones ni hipocresía. Están llenos de
vitalidad, curiosidad, imaginación, son generosos, reactivos y
francos. Los niños tienen mayor apertura a experiencias nuevas que
los adultos. Pueden ser más abstractos que nosotros y comprender
mejor el mundo a su manera, desde lo poético y lo simbólico. Nos
permiten inclusive hacer cuestionamientos existenciales más
directos, que los que hacemos para los adultos.
Al escribir para ellos estamos
compartiendo una parte de nosotros, nuestra mirada sobre algo en el
mundo. Desde su inocencia, algunos niños pueden mezclar realidad y
ficción, por ello los que creamos para la infancia tenemos la
responsabilidad de hablar desde lo emotivo con metáforas y belleza,
con palabras sencillas y situaciones concretas, pensando a qué
edades estamos hablando. Tratarlos como si fueran todos iguales, es
ignorar la diversidad que los caracteriza, no respetar su desarrollo
ni comprender sus necesidades e intereses. Según la investigadora
teatral mexicana María del Socorro Merlín “El teatro para niños
es un trabajo profesional, de calidad, es un compromiso y una
responsabilidad mayor que el teatro para adultos, porque estos ya
tienen parámetros para juzgar las obras y aceptarlas o rechazarlas.
Los niños forman estos criterios con lo que se les ofrece. Si el
teatro que se les brinda es de calidad ínfima, viciarán su marco de
referencia. Es como darles un alimento chatarra o en descomposición,
en lugar de uno nutritivo y agradable; si los alimentos de mala
calidad les hacen daño, el teatro mal hecho también.”
Cuando uno escribe para niños,
no se debe olvidar que escribe también para los adultos que los
acompañan. Las generaciones se entremezclan en la sala. Al escribir
debemos comprender que los niños son personas que comienzan a
conocer el mundo y las reglas sociales de la comunidad en la que
viven y de paso, podemos también aprovechar para hablarle a ese niño
que vive aún en las personas adultas.
Sería positivo para el
desarrollo de la especialización del teatro familiar en nuestro
país, romper con las ideas preconcebidas que existen sobre la
infancia y sobre “cómo” es o debe ser el teatro infantil según
los referentes que tenemos, probablemente de nuestra misma infancia.
Dejar atrás la creencia de que los niños no son capaces de
comprender un tema, que el teatro para niños debe ser pedagógico y
moralizador; y en vez de dar moralejas, tratar de moldear su
comportamiento y decirles qué pensar. Busquemos inquietarlos
racional y estéticamente, mostrando situaciones que abran el diálogo
y planteen más preguntas que respuestas. Y por supuesto, confiemos
en ellos y en su capacidad de interpretar la realidad de nuestro
mundo.
Entre los temas que queramos
tocar se agradece, en nuestros tiempos, desarrollar historias que los
apoyen en su crecimiento para que se ayuden a sí mismos a superar
sus miedos, e inclusive crear un espejo para que los adultos que los
acompañamos, nos miremos de otra manera. Dejemos la censura y los
tabúes sobre ciertos temas, esa usual costumbre entre lo que se debe
mostrar a los niños y lo que no; como si tuviéramos la posibilidad
de esconder la realidad. Abordemos problemas cercanos a la vida de
los niños, a su entorno y contexto. No temamos hablar de temas
políticos, sociales, y emocionales con ellos... eso sí, sin
panfletos, con poesía. Tomemos una posición al respecto y busquemos
indignarlos ante la injusticia, promoviendo historias que contribuyan
a la formación de personas más empáticas y solidarias, que les
permita verse a sí mismos en los personajes o situaciones;
ofrezcamos un espacio para la reflexión, para autocriticarse, para
rebelarse y ser menos “obedientes”. En resumen, es nuestro deber
ayudarles a abrir las puertas al mundo.
Por otro lado, no es un
secreto que el teatro infantil sigue enfrentándose a la desigualdad.
Ejemplo de ello es su presencia en la cartelera de las salas, el
precio diferenciado de los boletos, las tarifas que deben cobrar las
compañías teatrales y los actores para entrar en la programación
de diversos festivales, la poca presencia que tiene en programas del
estado, etc.
En éste sentido, el concurso
de Dramaturgia de Teatro Infantil
hecho por la escuela de Artes Dramáticas de la Universidad de Costa
Rica, es un espacio necesario para desarrollar la especialización
del teatro familiar en el país. Es fundamental que existan espacios
como éstos, carentes de objetivos educativos o comerciales hacia los
niños, que den cabida a proyectos arriesgados y que alienten e
inviten a crear un nuevo paradigma, y que sobre todo devuelvan el
valor y respeto a los niños.
Ojalá ésta experiencia se
extienda a las aulas, y genere experiencias que permitan hacer
reflexión en el quehacer artístico de estudiantes y docentes; que
no se quede solamente en un concurso susceptible de desaparecer como
todos los programas, proyectos y salas que aparecieron como esporas
en otras instituciones del estado.
Los niños y los adolescentes
son una población esencial que está formando su juicio ético y su
pensamiento. La universidad no solo tiene la responsabilidad de
formar a futuros teatristas respetuosos de TODOS los públicos y de
hacer comprender a sus estudiantes la importancia de crear nuevas
audiencias que mantengan a futuro las salas llenas y el oficio vivo.
Sino, de avanzar hacia una nueva visión del desarrollo teatral, en
el cual el concepto de “teatro infantil” se tome en serio y se
desbaraten los estereotipos que se han formulado desde hace años en
torno al quehacer teatral para niños.
Si éste concurso se mantiene,
la UCR haría a un lado el interés nulo que tienen por la infancia
muchos investigadores, para promover a nivel nacional un cambio en la
percepción que existe respecto a la forma de concebir un texto, el
modo en que se presentan y representan ciertos temas al público
infantil, y establecer un espacio intelectual y creativo para
derribar prejuicios y transgredir la censura cuando se habla al
público infantil, para ofrecerles la posibilidad de crecer más
libres y con menos condicionamientos.
Como dijo el dramaturgo alemán
de teatro infantil Volker Ludwig: “El
teatro no puede cambiar el mundo, pero puede llenar los corazones,
los sentidos y el raciocinio de nuestros niños y adolescentes con la
certeza de que el mundo puede cambiarse. Y eso es algo por lo que
vale la pena luchar.”
Kembly
Aguilar
Compañía
La Bicicleta
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