miércoles, 10 de julio de 2019

¿Por qué no dejé el teatro?


El teatro entró en mi vida en la niñez. No sólo como espectadora, sino que desde la escuela tuve la oportunidad de experimentar en la escena. Hice la escuela primaria y secundaria en el Conservatorio de Castella, donde el estudiantado recibe música, artes plásticas, danza y teatro como parte del currículo a cursar.

Las herramientas escénicas que recibía en clases, me resultaban muy útiles para seguir creando en casa. Para mí, en las clases de teatro, recibía insumos de juego. Llegaba a la casa e inventaba mis propias obras de teatro, según los temas que me interesaran en ese momento, o los que proponíamos con el grupo de vecinas y vecinos que jugábamos juntos.

En la secundaria, en noveno año, tuve que elegir una disciplina artística para especializarme durante los próximos dos años y graduarme. Aquí pude haber dejado el teatro, pero ¿cómo dejarlo? Empecé a estudiar teatro, porque era obligatorio, era otra materia más que debía cursar. Pero era una obligación que disfrutaba. ¡Tanto!, que cuando tuve que elegir, no fue difícil elegirle. Me encantaban las artes plásticas, pero el teatro era lo máximo.

Sentí que con el teatro podía tocar el tema que yo quisiera, decir lo que yo pensaba, dar mi mensaje, ser emisora; y la maravillosa dinámica escénica me garantizaba un público receptor, de mí dependía que tan atento y escuchando estuviese ese público y eso lo volvía muy interesante.

En una época donde no existían las redes sociales, decir lo que pensabas y ser escuchada, no era tan fácil como escribirlo en tu muro y armar desde el asiento la cyber-revolución. Menos si eras una niña o adolescente. Así que el teatro me resultaba una herramienta eficiente, eficaz y efectiva para alzar mi voz y hacerme escuchar.

Esa fue la característica del teatro que me enamoró, que me llevó a comprometerme y llenar mi vida de teatro. Me encantaba el vestuario, el interpretar a otros seres, me emocionaba al vivir una ficción e inclusive observar las ficciones que otras personas creaban; pero sobre todo me maravillaba la posibilidad de comunicarme.

Y aunque ahora existe gran variedad de redes sociales para decir lo que pensás y ser leída (o vista, o escuchada), la manera en la que el teatro traspasa a las personas es especial. El teatro cuenta con la ficción donde todo es posible, donde se pueden crear mundos inimaginables, donde las herramientas para hacer llegar el mensaje, son infinitas.

Luego vino la universidad, ahí pude entrar a cualquier otra carrera y meterme al grupo de teatro de la U, o haber dejado el teatro. Pero ¿Cómo dejarlo? Si me sentía enamorada de crear, comprometida con la ficción, quería una vida llena de teatro.

Entré a la Escuela de Artes Dramáticas de la Universidad de Costa Rica. Cuando finalizás la carrera, tenés que hacerte tu propio camino, porque los trillos no están tan marcados en el mercado laboral (si es que se le puede llamar así).

Algunas personas prefieren buscar caminos más explorados y abandonan el teatro. Yo tampoco pude abandonarle en ese momento. ¿Cómo dejarlo? Estando en mis últimos años universitarios había empezado a desarrollar proyectos de montaje con mis colegas y a tomar trabajos de pedagogía teatral.

Sentí que había encontrado otro vínculo más con el teatro: La posibilidad de compartir con otras personas, no sólo desde la escena que es un lugar exclusivo (en el sentido que el público teatral costarricense no es un público masivo. Por ejemplo, hay más personas que van a ver cine que a ver teatro). Sino que también desde la pedagogía.

Ese era un vínculo que iba en crecimiento y no quería abandonar. Quería compartir con las personas, la herramienta que yo había experimentado. Quería que otras personas descubrieran el teatro como una herramienta de comunicación y por ello, muchas veces de liberación.

Sentí que se lo debía al teatro. El teatro que me enamoró, con el que me comprometí, con el que llené mi vida. El teatro que me regaló la posibilidad de comunicarme. Así que empecé a tocar puertas y fui insistente, muy muy persistente para lograr obtener muchos trabajos que me permitieran mediar talleres de teatro y actuar.

Hoy con mucho esfuerzo, sigo teniendo varios trabajos pero son más estables y lo más positivo es que son en pedagogía teatral. Para las personas que trabajan en labores relacionadas al arte es normal tener varios trabajos para vivir y mantenerse.

Teniendo varios trabajos relacionados a la pedagogía teatral, creerán que ahora sí podría dejar de escribir textos, podría dejar de actuar, podría dejar de proyectar un mensaje al diseñar un vestuario… Pero no.

No puedo dejarlo, porque todavía sigo existiendo y sigo sintiendo esa necesidad de comunicar. Por eso, probablemente nunca podré dejarlo.

Empecé a estudiar teatro, porque era obligatorio, era otra materia más que debía cursar. Pero disfruté tanto de él, que cuando tuve que elegir, sin duda le elegí. Y cuando le tuve que volver a encontrar, a reinventar, hice mi propio camino, mi propio trillo para encontrarle. Y cuando era un esfuerzo extra, seguí, porque me da la posibilidad de comunicación, de transgredir la realidad con la ficción, de ser libre.

Janil Johnson Vargas



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