El
teatro
entró en mi vida en la niñez.
No sólo como espectadora,
sino que desde la escuela
tuve la oportunidad de experimentar en la escena. Hice la escuela
primaria y secundaria en el Conservatorio
de Castella, donde el estudiantado
recibe música, artes plásticas, danza y teatro como parte del
currículo
a cursar.
Las
herramientas escénicas que recibía en clases, me resultaban muy
útiles para seguir creando en casa. Para mí, en las clases de
teatro, recibía insumos de juego.
Llegaba a la casa e inventaba mis propias obras de teatro, según los
temas que me interesaran en ese momento, o los que proponíamos con
el grupo de vecinas y vecinos que jugábamos juntos.
En
la secundaria, en noveno año, tuve que elegir una disciplina
artística para especializarme durante los próximos dos años y
graduarme. Aquí pude haber dejado el teatro, pero ¿cómo dejarlo?
Empecé a estudiar teatro, porque era obligatorio, era otra materia
más que debía cursar. Pero era una obligación que disfrutaba.
¡Tanto!, que cuando tuve que elegir, no fue difícil elegirle. Me
encantaban las artes plásticas, pero el teatro era lo máximo.
Sentí
que con el teatro podía tocar el tema que yo quisiera, decir lo que
yo pensaba, dar mi mensaje, ser emisora; y la maravillosa dinámica
escénica me garantizaba un público receptor, de mí dependía que
tan atento y escuchando estuviese ese público y eso lo volvía muy
interesante.
En
una época donde no existían las redes sociales, decir lo que
pensabas y ser escuchada, no era tan fácil como escribirlo en tu
muro y armar desde el asiento la cyber-revolución. Menos si eras una
niña o adolescente. Así que el teatro me resultaba una herramienta
eficiente,
eficaz y
efectiva
para alzar mi voz y hacerme escuchar.
Esa
fue la característica del teatro que me enamoró, que me llevó a
comprometerme y llenar mi vida de teatro. Me encantaba el vestuario,
el interpretar
a otros seres, me emocionaba al vivir una ficción e inclusive
observar las ficciones que otras personas creaban; pero sobre todo me
maravillaba la posibilidad de comunicarme.
Y
aunque ahora existe gran variedad de redes sociales para decir lo que
pensás y ser leída (o vista, o escuchada), la manera en la que el
teatro traspasa a las personas es especial. El teatro cuenta con la
ficción
donde todo es posible, donde se pueden crear mundos inimaginables,
donde las herramientas para hacer llegar el mensaje, son infinitas.
Luego
vino la universidad, ahí pude entrar a cualquier otra carrera y
meterme al grupo de teatro de la U, o haber dejado el teatro. Pero
¿Cómo dejarlo? Si me sentía enamorada de crear,
comprometida con la ficción, quería una vida llena de teatro.
Entré
a la Escuela de Artes Dramáticas
de la Universidad de Costa Rica.
Cuando finalizás la carrera, tenés que hacerte tu propio camino,
porque los trillos no están tan marcados en el mercado laboral (si
es que se le puede llamar así).
Algunas
personas prefieren buscar caminos más explorados y abandonan el
teatro. Yo tampoco pude abandonarle en ese momento. ¿Cómo dejarlo?
Estando en mis últimos años
universitarios había empezado a desarrollar proyectos de montaje con
mis colegas y a tomar trabajos de pedagogía
teatral.
Sentí
que había encontrado otro vínculo más con el teatro: La
posibilidad de compartir con otras personas, no sólo desde la escena
que es un lugar exclusivo (en el sentido que el público teatral
costarricense no es un público masivo. Por ejemplo, hay más
personas que van a ver cine que a ver teatro). Sino que también
desde la pedagogía.
Ese
era un vínculo
que iba en crecimiento y no quería abandonar. Quería compartir con
las personas, la herramienta que yo había experimentado. Quería que
otras personas descubrieran el teatro como una herramienta de
comunicación y por ello, muchas veces de liberación.
Sentí
que se lo debía al teatro. El teatro que me enamoró, con el que me
comprometí, con el que llené mi vida. El teatro que me regaló la
posibilidad de comunicarme. Así que empecé a tocar puertas y fui
insistente, muy muy persistente para lograr obtener muchos trabajos
que me permitieran mediar talleres de teatro y actuar.
Hoy
con mucho esfuerzo, sigo teniendo varios trabajos pero son más
estables y lo más positivo es que son en pedagogía teatral. Para
las personas que trabajan en labores relacionadas al arte es normal
tener varios trabajos para vivir y mantenerse.
Teniendo
varios trabajos relacionados a la pedagogía teatral, creerán que
ahora sí podría dejar de escribir textos, podría dejar de actuar,
podría dejar de proyectar un mensaje al diseñar un vestuario…
Pero no.
No
puedo dejarlo, porque todavía sigo existiendo y sigo sintiendo esa
necesidad de comunicar. Por eso, probablemente nunca podré dejarlo.
Empecé
a estudiar teatro, porque era obligatorio, era otra materia más que
debía cursar. Pero disfruté tanto de él, que cuando tuve que
elegir, sin duda le elegí. Y cuando le tuve que volver a encontrar,
a reinventar, hice mi propio camino, mi propio trillo para
encontrarle. Y cuando era un esfuerzo extra, seguí, porque me da la
posibilidad de comunicación, de transgredir la realidad con la
ficción, de ser libre.
Janil
Johnson Vargas
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