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La
primera vez que llevé un curso clínico (es decir, la primera vez
que salí de las aulas para poner en práctica la teoría que había
aprendido en los últimos dos años, y la que seguiría recibiendo en
pequeñas clases medio improvisadas,
impartidas por médicos
y médicas que tomaban un rato de su labor diaria para hacérselas de
profesores), estaba aterrada: “Adela Chacón, su tutor estas
primeras tres semanas, será el Dr. ‘Navarro’. Puede encontrarlo
en el 1B…” Era mi primer día, tenía menos de diez minutos para
encontrar a mi tutor, a quien no conocía, en un hospital que hasta
ese momento, tampoco conocía (el Blanco Cervantes). Cuando por fin
lo encontré, comenzó a “pasar visita” por los salones. Me
explicaba datos, procesos, mecanismos importantes, y yo apuntaba todo
lo que me decía pues, aún no estaba familiarizada con muchos de los
términos de la jerga médica. De pronto, me mandó a examinar a un
paciente
ahí mismo, delante de otros médicos, internos y residentes. No
sabía cómo acercarme a la persona que yacía enferma
en la cama, las gotas de sudor corrían por mi frente y dentro de las
mangas de la gabacha.
Justo
ese día, también iniciaba el nivel dos del curso de improvisación
teatral (y en esta ocasión, me
enfocaré en dicha disciplina). Era de los primeros cursos artísticos
que recibía de manera formal, a un nivel de academia. Tenía un par
de compañeros conocidos del nivel uno, pero la mayoría eran
personas nuevas, ante las cuales debía despojarme de ciertos pudores
y estructuras sociales de comportamiento. Era como quitarme una
coraza
y dejar salir a una persona diferente. No sé si sucederá con todos
los grupos de esta naturaleza, pero, de inmediato, se estableció una
relación de confianza, respeto y amistad entre todos, incluyendo al
profesor. En la improvisación, se desarrolla numerosas habilidades
comunes en otras ramas artísticas, sin embargo, se enfatiza la
escucha
y la conexión
con “el otro”. Uno de los objetivos, es desarrollar tal conexión
con el resto del equipo, para
crear, de manera espontánea, una historia con sentido, donde cada
uno aporte información, emociones, efectos contextuales y un poco de
su personalidad. Cuando se logra una verdadera sintonía, los
resultados son sorprendentes y gratificantes.
El
trabajo en la improvisación requiere de constante práctica y la
ruptura de ciertos esquemas mentales. Solemos acostumbrarnos a tener
un plan, en especial conforme adquirimos mayores responsabilidades. Y
no es que tener planes de acción diaria no sea bueno, pero, según
la situación, podrían limitarnos. Por ejemplo: si hago A, espero un
resultado B. A partir del resultado B, hago C, y así vamos
estructurando nuestras reacciones ante cada posible situación. ¿Qué
pasa cuando A no resulta en B? Seguimos adelante, pero nuestra
confianza puede desbalancearse un poco. Recuerdo que ante los
primeros ejercicios de improvisación (hasta en los más simples),
temblábamos de nervios pensando qué pasaría si no lográbamos
responder adecuadamente. En el ejercicio de la “palabra lanzada”,
en el que alguien decía una palabra y el compañero de al lado debía
responder con lo que le viniera a la mente, desde varios compañeros
antes ya teníamos preparada nuestra palabra, aunque al final no la
relacionáramos por nada con la palabra más inmediata. Nos daba
pánico no tener “nada preparado”. Ante ejercicios más avanzados
en los cuales íbamos construyendo una historia entre varios,
solíamos pensar en el rumbo que esta llevaría y resultaba
sobremanera frustrante cuando alguien soltaba una ocurrencia
completamente diferente a lo que se esperaba. Con el tiempo, nos
acostumbramos a romper esa tensión
mental, a confiar en las ideas
de los otros, conocerlos a través de lo que expresan; romper el hilo
propio e ir tejiendo a partir de las hebras que cada uno aportaba en
el camino. Fuimos desarrollando la capacidad de respuesta a cualquier
situación. Algunas veces no había respuesta, y eso también era
aceptable, siempre y cuando no vaciláramos ante la incertidumbre de
qué decir o hacer, sino que reconociéramos el silencio como parte
de la construcción.
Algunos,
cuando ven espectáculos de improvisación, piensan que solo se trata
de jugar. Y en parte tienen razón, pues a veces la mejor manera de
afrontar la vida es jugando, por más seria que sea una situación. Y
ahora volveré a la medicina:
Conforme
pasaron los días, logré acercarme a las personas hospitalizadas, no
desde el conocimiento académico, sino desde la escucha y la empatía.
Viendo a cada uno, como veía a mis compañeros y profesores de
improvisación. Entonces entendí que muchas veces, un diagnóstico
no se determina solamente con una historia clínica y un exhaustivo
examen físico (si bien, son vitales en la buena práctica médica).
A veces, el tratamiento que una persona necesita no es para los
signos
y síntomas
que presenta. Incluso, esos síntomas podrían no tener el origen
fisiopatológico que pensamos. Un diagnóstico y tratamiento adecuado
puede depender de la historia de vida y de la conexión
que logremos establecer con ellas. ¿Y cómo se logra esta conexión?
Con los principios de una rama artística como la improvisación. Y
no es que se trate de improvisar en procedimientos y protocolos, sino
en las relaciones humanas. Si consideramos al consultante como
alguien a partir del cual construimos nuestra historia diaria;
alguien al que no solo le aportamos con nuestros conocimientos sobre
la salud y la enfermedad, sino que también nos aporta a los que
ejercemos –o nos estamos formando para ejercer- en esta área, el
camino fluye de manera distinta.
Como
anécdota, una vez llegó una señora a la cita de control por sus
enfermedades crónicas. Notamos en ella (el médico encargado y yo)
una expresión de angustia. “Doña ‘Marina’, ¿cómo está?,
¿cómo va todo?”, “diay doctor, más o menos”. Entonces,
empezamos a conversar sobre sus suplicios, sentimientos y posibles
soluciones. Cuando pasó el tiempo de la consulta, no sabíamos nada
sobre la evolución de las enfermedades de Doña ‘Marina’, pero
esta se despidió con una expresión de tranquilidad y gratitud.
También me sentí agradecida, pero: “Doctor, ¿y ahora qué
escribimos en el expediente?” “Tranquila”, me dijo,
“improvisemos”.
¡Que
el arte nos permita siempre ser mejores personas!
Adela
Chacón Rodríguez
Estudiante
de medicina y narradora oral.
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