Valeria
Méndez Solano
(Antropóloga,
estudiante de Teatro y Educación no formal)
El
primer taller de teatro al que asistí fue cuando estaba en mi primer
año de universidad, a mis 18 años y tenía que escoger el curso
artístico de humanidades. Escogí taller de teatro y fue una de las
mejores decisiones de mi vida. En mi cabeza iba a aprender sobre
caracterización de personajes, y nunca me imaginé que fuera a
terminar aprendiendo sobre mí misma.
Cuando
apenas iniciaba estos rumbos, escuchaba a mi profesor que decía: “La
vida es la materia prima del teatro” y yo decía “¡Claro!
Necesitamos estar vivos en escena” pero realmente no lo había
entendido completamente… me faltaba mucho por comprender.
Hacer
teatro no es solo aprender a hablar en público o a “ser más
extrovertida”, no es aprender a ser alguien más, es muchísimo más
que eso, es aprender a ser una misma, y ¡qué gran labor es! El
teatro es una herramienta política muy poderosa ya que nos da luces
para conocernos a nosotras mismas: nuestros cuerpos, trincheras,
emociones, formas de relacionarnos con las otras personas, miedos,
fortalezas, límites y fronteras.
Antes
de entrar a la carrera de Artes Dramáticas, estuve un año en un
grupo de Prácticas Artísticas en donde aprendíamos sobre
Teatro-Performance, ese espacio me permitió explorar y aprender más
a fondo sobre lo sumamente político que es el teatro y trabajar con
el cuerpo. Y cuando estaba en este grupo, me acerqué a mi primer
profesor de teatro, que me ofreció asistirlo en el taller de teatro.
Comencé entonces, a aprender a compartir lo que estaba aprendiendo.
Para
mí, enseñar es compartir. Abrir mi cuerpo y mis experiencias para
que otras personas aprendan conmigo. Hay una responsabilidad enorme
cuando exploramos y aprendemos/enseñamos teatro, ya que trabajamos
con material sumamente sensible: cuerpos, emociones, sentimientos,
memorias, experiencias… o sea, trabajamos con la vida, la nuestra y
de las demás.
Yo
no tenía idea de la responsabilidad tan grande que tenía entre
manos (a pesar que apenas era la asistente del curso). Este primer
grupo con el que trabajé me atravesó profundamente sobre lo que yo
pensaba que era el teatro, sumando además a mis propios procesos de
aprendizaje como estudiante con el grupo de performance. Fue un año
de amor puro, de profundidad y respeto hacia el poder del teatro.
Una
podría pensar que mirar a los ojos a las otras personas es fácil, o
abrazar a alguien que apenas estoy conociendo, o decir en voz alta
algo que pienso, pero no, no es para nada fácil. Y es necesario
entender esto: todos los procesos son diferentes, todas las personas
somos diferentes y está bien. Entonces, la responsabilidad de
enseñar está en acompañar respetuosamente los procesos de las
demás.
El
arte tiene la capacidad de hacernos navegar en nosotras mismas y
sacar al mundo eso que llevamos dentro. Eso es un acto de valentía.
Y sobre cuando somos nosotras mismas la materia prima con la que
hacemos arte.
Hace
poco comencé a enseñar teatro a niños y niñas (antes solo había
trabajado con adultos jóvenes) y es muy diferente cómo una acompaña
los procesos de aprendizaje y creación artística de personas que
aprecian la vida desde lugares tan distintos al propio. Mientras
enseñaba, aprendía más. Los niños me enseñaron sobre lo
comprometido que debe ser el juego y sobre lo involucrada que tiene
que estar la imaginación. Me enseñaron de nuevo sobre los límites,
los permisos y los acuerdos del trabajo en grupo y cómo nunca está
de más volver a plantearlos. La honestidad es fundamental en
cualquier grupo con el que una trabaje.
Todos
los grupos con los que una trabaja son diferentes. Las miradas de
vida son distintas. Los cuerpos y capacidades son distintas. Las
formas de entender los contenidos y de ponerlos en práctica son
diferentes. Y hay que saber cómo sostener y dejar fluir los
procesos.
Me
siento sumamente agradecida con las personas que me han acompañado
en mis procesos de aprendizaje del teatro y han respetado mis formas
de vincularlo con la vida… y sobre todo, estoy aún más agradecida
con aquellas otras que me han permitido acompañarlas y compartirles
lo (mucho o poco) que sé.
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