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Por María Laura Fernández
(Teóloga, educadora y estudiante de imagenología médica)
Hace unos días escuché un audio muy tierno de un pequeño niño. Al preguntarle por lo que se vive actualmente con todo lo de la pandemia, el niño responde con palabras casi ininteligibles una frase que probablemente escuchó en alguna noticia: “caos absoluto y pánico generalizado”.
Efectivamente, el virus ha generado caos en todos los ámbitos y ha cambiado radicalmente la manera de realizar nuestras actividades diarias. Sin embargo, resulta curioso fijarse en la etimología de la palabra caos: a pesar de las connotaciones negativas que se le suelen adjudicar, el vocablo griego Χάος en realidad se relaciona con la noción de abertura o estar abierto. Ciertamente, muchos relatos cosmogónicos de diferentes tradiciones utilizan el concepto para referirse a un estado primigenio de desorden (antes de que todo comenzara a ordenarse para dar origen al mundo que conocemos). Sin embargo, lo fundamental del caos no es el “desorden” en sí, sino las infinitas posibilidades de movimiento y cambio que se abren como consecuencia suya.
En ese sentido, resulta evidente que el caos de la pandemia también ha puesto en movimiento numerosos cambios en todos los ámbitos de la vida humana. La educación, por ejemplo, ha tenido que adaptarse a la nueva realidad del distanciamiento social y se ha necesitado mucha creatividad e innovación para poder seguir acompañando los procesos de aprendizaje. Varias veces he comentado con compañeros y amigos profesores que una de las mayores ventajas de la pandemia es que los educadores nos hemos tenido que actualizar en tiempo récord y hemos aprendido a utilizar muchas herramientas digitales (que, de no ser por esta situación, probablemente hubiéramos tardado años en capacitaciones para lograr dominarlas).
Y este es un fenómeno que también ha alcanzado al teatro. Una posibilidad habría sido sumirse en el “caos absoluto” por las dificultades para realizar funciones presenciales y el “pánico generalizado” por los múltiples retos que esto supone para el gremio. Pero ese no es el camino que se ha tomado… O, al menos, ese no es el camino que Raíz Teatro ha decidido tomar.
Sinceramente, me encantó la propuesta teatral que nos ofrecieron con el proyecto de Sorella Morte. Raíz Teatro siempre se ha caracterizado por innovar y buscar nuevas formas de alcanzar distintos tipos de público (como cuando se realizan presentaciones en casas o pequeños espacios de zonas rurales). Y ahora, con la pandemia, nos sorprendieron con esta propuesta tan creativa de permitirnos disfrutar un espectáculo a través de videos, mensajes de WhatsApp y correos electrónicos. Todo me fascinó: no sólo las imágenes, las actuaciones y los textos, sino también la gran creatividad de llevar el teatro al ámbito personal de los espectadores. Así, cada quien interactúa con la obra en los momentos del día que le resulten más convenientes y, además, esto se presta para que la reflexión/profundización de los temas alcance niveles nunca antes imaginados.
Por todo lo anterior, considero que lo que ha vivido el teatro con la pandemia es justamente eso: una oportunidad para renacer del caos. Lógicamente ha habido dificultades, miedos e incertidumbres en el proceso, pero todo ha sido para bien, pues nos ha abierto el horizonte a infinitas posibilidades de crecimiento y renovación.
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